Por Jairo Mejía.
En un mundo tan cambiante, donde mañana dejamos lo que hoy queríamos y defendíamos, en donde nuestras preferencias se ven alteradas por las sugerencias directas mostradas en las redes, no podemos dejar a un lado que hasta nuestro propio comportamiento varía día a día.
Somos susceptibles a la sugestión, que hoy es hasta colectiva, pues, ya no podemos asistir a un concierto, a un partido de fútbol o a cualquier encuentro deportivo porque escuchamos un coro que es tendencia en contra del presidente de los colombianos, un ¡Fuera! Que muchos repiten por repetir, más no por alguna convicción ideológica o de cualquier otra naturaleza, impulsados por el malsano contagio de agradar y unirnos a la multitud de nuestro entorno sin saber lo que queremos.
Esta semana se posesionó el nuevo presidente de Argentina, un autoproclamado libertario hasta los tuétanos; tildado como un loco, un extremista, pero para muchos una alternativa para salir de la crisis en la que está inmersa la nación albiceleste, la mitad del país austral lo aclama, la otra lo cuestiona y ataca y, es que no solo el fenómeno de contraatacar se da en Argentina, pues, en muchos otros países, incluyendo el coloso del norte, los Estados Unidos de Norteamérica, garante de democracias, se ha venido fraccionando en dos en las últimas contiendas electorales.
Por donde quiera que se vaya se vive el fenómeno de la polarización, alimentado por el odio de los que se dicen ser líderes y no son otra cosa que unos chacales hipócritas al servicio de la conveniencia de unos intereses que ni siquiera son propios.
Nuestro país no es la excepción a esa imagen de polarización propagada en el mundo ante el descontento por la situación particular que muchos viven.
Muy poco opino sobre política tratando de evitar ser objeto de análisis de aquellos que se consideran eruditos en el campo y consecuente a ello creería que por el hecho de expresar alguna posición que va en contravía de sus posiciones me haría acreedor y me expongo a la enemistad intransigente que está de moda por querer lo que otros no quieren o tal vez por no querer lo que ellos quieren, pero me pregunto ¿Sabemos lo que queremos?
Si analizamos lo que en realidad deseamos, todos al final queremos lo mismo, salud, bienestar, tranquilidad, trabajo digno, seguridad, paz, etc. Entonces, igual me pregunto: ¿por qué nos destruimos para alcanzar lo mismo que todos deseamos? Simple y sencillamente porque dentro de nosotros, en nuestros corazones vive el hombre salvaje que habitó la Tierra en el pasado, solo que bajo las pesadas capas con que la sociedad va cubriendo la infancia a través de una educación insana.
Añoramos aquel hombre natural, al hombre prepolítico, por llamarlo de alguna manera, aquel que no conocía la ambición ni el poder, aquel que convivía de acuerdo a la libre colaboración. Añoramos el tiempo en donde no había rivalidades entre los hombres (¿será que existió?) porque desconocían la vanidad y la competencia, pero a medida que la sociedad fue evolucionando, ese perfecto equilibrio entre colaboración y libertad se fue erosionando. Y creo que ya sabemos en lo que evolucionamos, en unos hombres egoístas, envidiosos y ambiciosos, que empezaron a acumular riquezas y bienes, surgiendo así los primeros síntomas de sed de riqueza y rivalidad, entonces la colaboración que existía comenzó a transformarse en una incipiente lucha de todos contra todos.
Surge también en estos tiempos otro interrogante: ¿por qué no conversamos en vez de discutir, si al final queremos lo mismo? No digo que se haya perdido del todo esas buenas conversaciones, hay todavía muchas en donde está presente el respeto y la tolerancia, considerando esta el principal ingrediente de una buena conversación, pero también con lástima vemos que otras se revisten de irrespeto e intolerancia, en donde las ideas desordenadas vienen y van, en donde no abrazamos a quien nos contradice, en donde hablamos (gritamos) para convencer y no para disfrutar, ni siquiera razonamos en lo que decimos y mucho menos en lo que nos dicen para después dudar de nosotros mismos y recordar que podemos estar equivocados. ¿Será qué sabemos lo que queremos?