Fui como cualquier niño de mi barrio, pies descalzos y tira piedra a las frutas maduras con una cauchera que me colgaba al cuello en mi viejo barrio El Cafetal. Retozaba arriba sobre la fértil Perijá, arto de dominico y malanga; me gustaba pisar el barro del camino real que desde el pueblo se ve cual herida de los cerros. Allá en donde la oropéndola cuelga sus palacios en las ramas de los guamos y eucaliptus en la finca: ‘Todas las veces’, “nido de mi infancia”. Por 19 años subí y crecí entre los cafetos y el platanal, aún tengo voz de mazorca asada, recuerdos de “perolito” de café ahumado y carácter de pringamoza de arroyo.
Sobre la cúspide empinada del cerro de Nayo, canté y la ninfa eco repetía mi tonada en las laderas profundas del abismo. Un día el serrano con las uñas manchadas por la miel del café maduro cantó ingenuamente sus canciones en el barrio y la gente exclamó: ¡Es un poeta! ahí empezó todo, el montañero cantaba en metáforas, anáforas y aplicaba la hipérbole, el símil y la personificación con rima y medida del verso de manera natural.
Al comienzo me gustó la fama. Pero esta no viene sola, por eso no creí más en ella, en el año 1975 vi a mi abuelo Rosendo Romero Villarreal encorvado sobre su acordeón, cantando un son de él, su voz de viejo y sus ojos azules buscaban mi expresión; entonces comprendí que tenía una responsabilidad y la asumí; hoy voy de pueblo en pueblo cantando mis éxitos, hice ‘Mensaje de Navidad’, un paradigma, fui el primer compositor en recopilar mis éxitos y los grabé en mi propia voz; otro paradigma. El primer vallenato que alcanza 60 millones de visitas en internet es mi canción titulada ‘Me sobran las palabras’, la reina de las cumbias con 30 millones de visita es de mi autoría ‘La Zenaida’.
Recibí la máxima distinción que se hace a un personaje Caribe en la Universidad de Cartagena, ciudadano insigne, Gobernación del Cesar, María Concepción Loperena, Alcaldía de Valledupar, mención de honor del Senado de la República.
Soy hombre de Dios, amo a mi familia, me saluda todo el mundo, a todo el mundo saludo, creo en la madre de Dios y amo a mi vieja Ana Antonia Ospino ‘La Nuñe’, no tengo plata, pero tengo un don de Dios que brilla cual lucero en mi frente, no soy nadie, Dios lo es todo. La verdad, verdad, es que todavía me veo en el espejo de mis propios rasgos psicológicos y veo al mismo campesinito de la Serranía del Perijá.