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Rompiendo barreras invisibles en nuestra sociedad

Imagina estar al borde de la calle, con tu hijo en silla de ruedas, y ver cómo el taxi que pediste acelera al verte. No porque no pueda recogerte, sino porque no quiere. Este es el día a día de muchas personas en condición de discapacidad, que enfrentan barreras invisibles en una sociedad que aún no entiende el verdadero significado de la inclusión.

Estas barreras son actitudinales, comunicativas o sociales, y se manifiestan como prejuicios, estigmas o la falta de accesibilidad en el entorno. Aunque conocemos estas limitaciones, a menudo no actuamos para superarlas. Esta pasividad social se ha convertido en la mayor barrera, perpetuando la exclusión sin justificación.

Un claro ejemplo de cómo se enfrentan estas barreras es el caso de Yennis Brito. En 2015, un accidente cambió su vida, dejándola con una pierna gravemente fracturada. Además del dolor físico, tuvo que lidiar con miradas inquisitivas y la dependencia de muletas. “Es un proceso que te cambia la vida”, me dijo con serenidad. Años después fundó una red de apoyo para familias de personas con discapacidad, que hoy reúne a más de 200 personas, un espacio de solidaridad que reemplaza la indiferencia.

Tilba Mariela Brito, auxiliar de enfermería con discapacidad múltiple, también enfrenta estas barreras invisibles. Las oportunidades laborales le han sido esquivas. “No puedo estar mucho tiempo de pie, pero sé que mi experiencia y mi calidad humana son valiosas. Quiero trabajar, no que me tengan lástima”, expresó con firmeza.

Estos testimonios nos enseñan que las barreras son, en gran medida, actitudes que niegan oportunidades, prejuicios que invisibilizan talentos y una indiferencia que excluye. Como me dijo una madre: “No pido mucho, solo respeto y empatía. Que no nos vean como un problema”. El desafío es que sabemos que estas barreras existen, pero no siempre tomamos acción para superarlas.

Debemos cambiar nuestras actitudes, educarnos y fomentar una cultura de inclusión, donde la empatía guíe nuestras acciones, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. Es necesario reconocer el valor de cada persona, abrir puertas en lugar de cerrarlas y construir una comunidad que valore las capacidades de todos, sin importar las diferencias.

Es importante también el lenguaje que usamos. Las palabras tienen el poder de humanizar o estigmatizar. Lo correcto es referirnos a las personas por su nombre. Si debemos mencionar la discapacidad, en lugar de decir “sufre de discapacidad” o “es discapacitado”, la expresión adecuada es “persona en situación de discapacidad”.

Quienes tienen a una persona en situación de discapacidad en su entorno comprenden profundamente la importancia de la inclusión. Aunque cada 3 de diciembre, en el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, conmemoramos este derecho, la inclusión no debe ser exclusiva de quienes viven esta realidad. Es reconocer la humanidad, las capacidades y aspiraciones de todos, sin importar las diferencias.

Al final, la inclusión comienza contigo, conmigo, con todos nosotros. La construimos con gestos tan simples como los de un empleador que ve el potencial antes que la discapacidad, un taxista que decide detenerse sin discriminación o una comunidad que apoya en lugar de juzgar.

Por: Sara Montero Muleth

Categories: Columnista
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