La gobernabilidad es condición indispensable para un buen gobierno. Tiene dos fuentes. Una, la más deseable, proviene del apoyo ciudadano a la gestión del Gobierno. El ejemplo es Uribe, que nunca bajó del 70 % de aprobación. Con esa fuerza, el grueso de sus iniciativas salió adelante.
La otra es un acuerdo con partidos que garantice unas mayorías en el Congreso, de manera que las propuestas gubernamentales puedan ver la luz. Fue lo que construyó Santos, tan impopular como efectivo a la hora de obtener apoyos legislativos, en los medios y en las altas cortes. Santos, sin embargo, basó su gobernabilidad en métodos inmorales, en complicidades en el delito y en el desangre de los presupuestos públicos por vía de la mermelada. Inventor de los “cupos indicativos”, usó modalidades aún más perversas: concedió contratos a tutiplén y entregó entidades a parlamentarios para que aumentaran sin pudor la burocracia y entraran a saco a sus presupuestos, sin control fiscal, disciplinario o judicial alguno.
Vengo insistiendo en que Duque necesita gobernabilidad y que en obtenerla estaría su principal prioridad. Sin ella, repito, no puede, como no ha podido, sacar adelante sus propuestas en el Congreso. Peor, hoy es rehén de una mayoría parlamentaria de “independientes” y oposición. Duque necesita quitarse de encima esa sombra amenazante.
Para ese propósito requiere que Cambio Radical, con quien hay afinidades programáticas naturales, entre al gobierno. Y que también lo hagan, de hecho y no solo formalmente, la mayoría de la U (con Roy y sus secuaces no es deseable un acuerdo). Quizás sea posible también un compromiso con el liberalismo o con parte del mismo.
Ahora bien, para que esta gobernabilidad no se funde en la mermelada ni el complicidad delincuencial, es indispensable que el acuerdo sea programático y público; que los nombres de quienes harán parte del gobierno no sean impuestos sino cuidadosamente escogidos por el Presidente; y que Duque se reserve para si el segundo de a bordo o, en todo caso, los encargados del control interno.
Un gobierno de coalición es lo usual cuando la elección del jefe de gobierno es resultado, como fue la de Duque, de una alianza electoral. Que quienes hicieron parte de esa alianza hagan parte del gobierno no solo no es incorrecto sino que es lo natural. Lo que es indeseable e inaceptable y hay que evitar a toda costa, es la corrupción. No puede olvidarse ni por un instante que a este gobierno lo elegimos para romper con el régimen y para luchar, sin tregua, contra los corruptos.
Un par de observaciones finales: en este complejo rompecabezas, la ecuación no puede cuadrarse a costa de los partidos que desde el primer día han apoyado el Gobierno y que hoy, es un secreto a voces, no se sienten adecuadamente representados. El peor escenario es el de un gobierno que incendia su lado de la pradera.