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Rolando Juan Aponte Martínez

Superando la barrera de los 80 son muchas las experiencias dolorosas que he tenido: la muerte de mis padres, la terrible desaparición de un hijo y ahora le tocó a mi hermano Rolando. Todos esos fallecimientos son crueles y destrozan el alma, pero este último tiene una característica que aumenta el dolor y es la impotencia de no poder despedir al familiar como siempre lo habíamos hecho: recibiendo cálidos y fuertes abrazos de familiares y amigos, llorando, requebrando sobre el ataúd y viendo pegar y cubrir el último ladrillo de la bóveda, seguir recibiendo pésames y eso es muy duro, duele mucho, pero el terrible covid-19 impone su ley y si la violamos estamos en peligro de que nos invada y mate; hasta ahora él es el rey que manda y hay que aceptarlo.

Rolando, mi hermano, era el cuarto, aparentemente lleno de vida, pero llegó el bicho maldito y se lo llevó, porque él fue un fumador insaciable y 30 años después de haberlo dejado, los daños causados en los pulmones lo acabaron, porque el cigarrillo también es un asesino cruel y silencioso. Por favor, jóvenes, no busquen la muerte, no fumen, porque es fatal para la salud.

Rolando era un hombre bueno, muy pocas veces se le veía de mal humor y siempre estaba acompañado de la sonrisa Martínez y explotaba en carcajadas que hacía su presencia agradable, pero detrás de esta sonrisa había un hombre de decisiones radicales que no admitía términos medios y las cosas eran como él decía o no eran.

Siempre entre los hermanos hay uno que tiene mayor protección paterna, entre nosotros era él, pues antes de morir nuestros padres nos dijeron: “Cuiden a Rola”, y eso hicimos y se convirtió en el pechichón, todos lo atendíamos con esmero y mucho amor.

Era un caballero a carta cabal, un gentleman, siempre elegante y bien vestido, jamás se le vio con unos zapatos sucios, con buena pinta y excelente trato. ¡Cómo lo vamos a extrañar!

Su deporte favorito fue el billar, era el mejor jugador de esta región y lo hacía por recreación, jamás se tomó un trago jugando y menos apostó plata. Ese deporte pierde su mejor exponente y está de luto.

Anécdota: hace más de 40 años le regalamos, todos sus hermanos, un carro Patrol cuando se encontraba administrando una pequeña pero bella finca que tenía mi papá en Los Encantos, y lo primero que hizo fue reunir a todos los vecinos, serranos muy pobres, y les dijo: “Bueno, tengo carro, tienen carro, es de ustedes, pueden llamarme a cualquier hora que aquí estoy para servirles”. Y así lo hizo, fueron muchas las parturientas que llevó a Media Luna, heridos, enfermos y jamás le cobró un peso a nadie, a pesar de que los necesitaba, porque era un hombre pobre. Así fue su vida en todos los aspectos, llena de servicios a todo el que lo requería y lo hacía con gozo y satisfacción.

Orlando, cuñado querido, y Dina, mi adorada hermana, nuevamente muchas gracias por haberlo acogido bajo su techo en los últimos años de su vida, tal como lo hicieron con mi papá. No tendremos Doris, Tico, Rafa y yo cómo  pagarles.

Adiós hermano de mi alma, nos dejas destrozados, cuánto nos duele tu partida.

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