Qué cosa tan rara, sorprendente y para mí inexplicable, el silencio absoluto guardado por la dirigencia guajira, especialmente los columnistas riohacheros del prestigioso periódico El Diario del Norte, al no registrar oportunamente la dolorosa noticia del deceso del profesor Manuel Sierra Pimienta el 24 de este mes e ignorada hasta ayer, cuando el prolífico escritor, sabrosa pluma y columnista villanuevero Hernán Baquero Bracho lo hizo, como sólo él lo sabe hacer, distinguiendo los logros que el profesor Sierra -ese era su título más importante- obtuvo en su larga, productiva y triunfadora vida.
Hoy lo hago yo, que lo conocí como su estudiante en mi querida Divina Pastora al lado de mis inolvidables amigos: Hermes “El Viejo” Sánchez, Arnoldo “El Cocha” Molina, Asdrúbal Henríquez, Lisandro Pitre, Gabriel “El Gastón” Romero Ariza, Alfonso “Poncho” Romero, Rubén Gómez, Miguel Illigde, Miguel López, Ramón “Carita e chavo” Rois, Aquiles Cuán, Edgar y Julio Subiría, Julio Manjarrez, Edgar Ferrucho, Alfonso Fragozo, Grimaldo Melo, Luis Sierra, Arnoldo Vanbriecken, Carlos Cotes, Manuel Mengual, José Bonivento y mi querido hermano Augusto “Tico” Aponte, quienes todavía estamos vivos y de los que ya se fueron: Enrique “Enriquito” Zimmerman, Miguel “Lucky” Cotes Brugés, Juan José “Choché” Daza, el compadre de todos Manuel “El Negro” Gutiérrez, William Robles, José Lucas “Ratoncito” Britto, Eneldo Brugés, Numa “Maquito” Daza, José María “El Negro” Gómez, Antonio “El Indio” Martínez, Álvaro “Varo” Romero, José María “Chema” Pérez, Mario Meza, Carlos Pino y Narciso “Chicho” Vanegas y también de mis profesores: la bella Olguita Ricchiuli, Luis A. López “Papá Yi”, Manuel Serna, Alfonso Conrado, Carlos Melo, Marcos Pedroza y mi papá que nos dictaba francés, todos orientados por ese sabio que se llamó el padre Tarsicio de Ripacorvaria.
Se fue un riohachero grande, de esos que manejaba a la perfección el ¡ha jito!, marca indeleble de ellos, el que cuando llegaba a clases imponía orden y silencio e inundaba del agradable olor de María Farina el salón; el elegante, siempre de manga larga y bella corbata, zapatos Florsheim muy brillantes que parecían de charol, la mayoría de las veces muy serio y otras jovial y risueño, pero dentro de esos estados anímicos afloraba el hombre que sin tapujos y rodeos decía las cosas claras, pero siempre con el ánimo de enaltecer y distinguir la verdad sin destruir a nadie.
Después de haber sido mi “Profe”, fue mi amigo, mi buen amigo y eso es lo que me da autoridad para decir que Riohacha está de luto, porque se fue un grandote al que difícilmente se le puede buscar sucesor, el Profesor Sierra y su estilo eran únicos, como él ninguno.
Transitó por los caminos de la vida y alternó la docencia con la dirigencia gremial y con la política, pero no logró ser gobernador, cargo al que aspiró, porque a él le faltaban muchas cosas que los políticos ostentan con orgullo y que él jamás hubiera podido tener, porque honradez y política son polos opuestos.
Adiós profesor Sierra, me saluda a todos los amigos que encuentre en el camino y no vaya a tratar de imponerles sus números y teorías a Dios y a Pedro y más bien lléveles un buen arroz de camarón como los que me manda “El Viejo” y varios tanques de Agua de Colonia María Farina para que preñen las nubes y caiga sobre Colombia una lluvia olorosa que huela a Riohacha.
Para su familia mis más sentidas notas de condolencias, especialmente a su hijo el médico Rubén, famoso neumólogo, un riohachero que como Marcos Pérez, Carlos y Monche Vidal y Chico García y Meche Cotes, se volvió vallenato.
No pude ir a su sepelio, pero si Dios lo permite, estaré en las nueve noches, para verme con “La Mello” y rezar por el bienestar de su alma y de todos los que se han ido.
José Manuel Aponte Martínez