Cuando uno tiene la oportunidad de estrechar la diestra de un percusionista veterano, siempre experimenta la sensación de estar tocando un ladrillo o la rueda de un esmeril, por la aspereza que los años dándole al cuero van dejando en las manos de aquel.
Es lo que nos ocurre cuando nos damos un apretón de manos con Rodolfo Castilla, ‘El Mañoco’ Suárez”, Jairo ‘El Galápago’, ‘El Manón’ Castilla, Aníbal Alfaro, ‘Guerrita’ y ‘El Gordo’ Wilson, entre muchísimos cajeros curtidos en ese noble oficio que le hace honores a nuestra africanía. Pero cuando se trata de chocar la mano con Pablo López, la sensación es completamente diferente, de verdad nos sorprende la suavidad de sus manos carente por completo de callosidades y asperezas, no obstante tener por lo menos sesenta años de estar repicando, aporreando y acariciando el cuero del caprino que nuestra artesanal curtiembre prefiere para la caja vallenata.
La explicación a esto la encontramos en que pablo asimiló y conservó desde sus primeros repiques el golpe ortodoxo y tradicional de los cajeros de antes que tocaban fondeao, es decir dando los golpes más fuertes en el fondo o centro de la caja, obteniendo un efecto de mayor profundidad sonora, diferente a la mayoría de los cajeros reconocidos que centran su ejecución en los bordes del instrumento, logrando así un efecto más claro y seco, pero es allí donde la dureza del marco y los errajes metálicos van produciendo con el tiempo las rugosidades y traumatismos callosos propios de percusionistas consumados.
Desde muy niño siempre estuvo Pablo en un ambiente musical de gran vibración, ya que la casa de sus padres fue una especie de embajada para los tantos y tantos juglares que iban y venían de un lado a otro de la provincia y allí en el patio de los viejos hermanos López en épicas y memorables parrandas escuchaba siempre algún relato sobre las proezas del legendario Pedro Batata y el sandiegano ‘Pichocho’ o Agustín Cudris de El Paso, Cristóbal Flórez y Tomás de Aquino Palmera, ambos cajeros del mítico Sebastián Guerra y del patio vallenato Valdez y Cirino Castilla, el decano de ese notable núcleo familiar excelsos en el arte del repiqueteo, pero sin duda fue su tío Juan López quien le confió a Pablo todos los secretos de la percusión vallenata y que este dimensionó a niveles asombrosos.
A comienzo de los años sesenta del siglo que ya pasó, surgieron figuras que estilizaron y renovaron la forma de ejecutar la caja, como Carmelo Barraza y Carlos ‘Comecuero’ Perdomo, quienes incorporaron una serie de cortes, repiques y preparaciones en los bordes del cono, revelándole a sus colegas otras posibilidades percutivas que Rodolfo castilla y el recientemente desaparecido Mario Paternina llevaron mucho más allá del exhibicionismo y el espectáculo, reconocidos hoy como ‘El Pulpo’ y ‘El Príncipe’ de la caja respectivamente.
Pero Pablo Agustín con su cara de luna llena, su inocente sonrisa, su chispa ocurrente y provinciana, su culto a la amistad y sus grandes dotes de caballero y su calidad humana, con sus manos abullonadas de mágicos golpes y sonoridad, continúa fiel a la tradición de sus mayores en el arte de percutir con maestría, para así darle identidad a cada uno de los aires que conforman nuestro folclor maravilloso.
Que con un canto en su honor, Ivo logró conquistar la apreciada corona de Rey de reyes de la canción inédita, no es una sorpresa para nadie, si él es el heredero universal de la lucidez mental de Leandro Díaz y estas si son palabras mayores.
Por Julio Oñate Martínez