Por: Valerio Mejía Araújo
“Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá” San Mateo 7:2
Esta declaración no es una suposición caprichosa, sino una ley eterna de Dios. Es un eje transversal que cruza toda la Escritura, se conoce como la ley de la siembra y la cosecha. Consiste en reconocer que todo aquello que sembremos, digamos o hagamos, tendrá sus frutos y resultados según la siembra que hayamos hecho.
El pueblo de Israel concebía a Dios como un ser retribucionista que pagaba o recompensaba de acuerdo con la obediencia y la bondad de los actos. Justificando así la represalia cuando la conducta no alcanzaba los niveles de santidad y consagración requeridos.
Más allá de la aplicación de esta ley eterna, me quiero referir a las consecuencias de nuestros actos buenos o malos, porque mientras la tierra dure, no cesarán la siembra y la cosecha. Y no podemos engañarnos, porque Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará.
La mayoría del tiempo lo pasamos presos del temor a la represalia, pero la base de la vida misma es la retribución. Por eso es menester que sembremos para recoger, que aprendamos a no juzgar, a no condenar, a perdonar con benevolencia y a medir con una medida correcta, buena, apretada, remecida y rebosante, porque con esa misma medida nos medirán.
Así, pues, si somos perspicaces y prontos para descubrir los defectos y errores de otras personas, será esa la medida exacta con que seremos medidos. Y no vale confiar en nosotros mismos como justos, menospreciando a los otros, como el fariseo de la parábola que se creía justo y daba gracias a Dios porque no era como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni siquiera era como el publicano que oraba junto a él.
Recordemos que Dios mira no solamente el acto, sino también la posibilidad de cometerlo, es decir, que Dios también mira lo que guardamos en nuestro corazón. Así, cuando criticamos a otros, nos hacemos culpables de lo mismo.
La Proyección, en el comportamiento humano, es el desplazamiento de mirar en otros lo que rechazamos de nosotros mismos. Así que cuando vemos hipocresía, engaño y falta de autenticidad en otros, es porque eso también existe en nuestro propio corazón.
Necesitamos humildad para reconocer honestamente nuestra problemática interna y renunciar a juzgar a otros. La expiación de Cristo se convierte en el fundamento de todo juicio. Entonces, necesitamos humildad para aceptar la gracia de Dios como recurso suficiente para hacernos aceptos en el amado.
Caro amigo, dondequiera que las circunstancias te lleven, y en cualquier condición en que te encuentres, acude continuamente a la gracia de Dios. Así, valiéndonos de ella, podemos tener la humildad de reconocer nuestras falencias sin criticar y juzgar a los otros.
Te mando saludos cariñosos… y ¡ánimo!