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Restituir, una manera de servir para vivir

Siempre recuerdo las palabras de la protagonista de esta historia, cuando ahogada por las lágrimas, traía a la memoria ese hecho que quebró su vida de esposa, de madre y de mujer de trabajo; me refiero a la muerte en 2003 de su tía y segunda madre, quien se desempeñaba como juez, y fue brutalmente asesinada por las AUC, debido a que sus decisiones judiciales se habían convertido en obstáculo para que el grupo ilegal se apropiara de tierras. Hecho abominable que causó impacto a los que llevaban su apellido, al punto que tenerlo era una sentencia de muerte.

La noticia trascendió y los medios de comunicación registraron: “hombres que se movilizaban en una camioneta la interceptaron, y después de una corta persecución, fue alcanzada y acribillada; doce proyectiles acabaron con su vida y en medio de la balacera resultó herida una de sus amigas”. La familia fue declarada objetivo militar, e incluso algunos de sus parientes buscaron refugio en el extranjero. Ella se desplazó al interior, dejando su vivienda, la que su padre le había regalado un año antes de la tragedia.

El escenario para su familia no podía ser peor, sufrieron varios hechos victimizantes de parte de las AUC, quienes tenían control político y territorial de la región. Ante la imposibilidad de retornar, y con una condición económica precaria, decidió malvender la casa. Fue así como en el 2004 se desprendió definitivamente de su vivienda, el lugar en el que quería ver jugar y crecer a sus hijos.

Después de surtido el trámite ante la Unidad de Restitución, y con la representación judicial de la entidad, en agosto de 2016 los jueces reconocieron los derechos de esta mujer víctima, luchadora y con una resiliencia admirable. Fue un día maravilloso, tenía que hacer una de las llamadas más gratificantes en mi vida profesional y personal, ni más ni menos que, decirle a esta víctima que todo el sufrimiento y la espera por respuesta a un clamor que gritaba justicia, habían encontrado una luz de esperanza; su casa, esa que su padre le regaló, le iba a ser restituida.

En mi mente siempre quedará registrada esa voz quebrada que en medio del llanto, exteriorizaba la alegría de un alma que recibía por fin una buena noticia. “Gracias a usted, gracias a la Unidad de Restitución por esto, Dios mío gracias…”, era lo mas notable en sus palabras al teléfono. Este simple hecho impacta de tal manera en las víctimas, que restaura la confianza en el Gobierno, en el Estado mismo, y le da sentido a lo que es ser “servidor público”.

El día de la entrega fue otro día especial, que me generó ansiedad, pero sabía que iba a disfrutar plenamente; quería en persona acompañar a esta mujer digna de admiración, entregarle su casa y decirle que su nombre en calidad de propietaria había vuelto a los registros, esos que en algún momento dijeron que tenía otro dueño. La corta caminata desde el vehículo ubicado a unos metros de la que volvería a ser su vivienda, se enriqueció con una corta conversación. Le pregunté hace cuánto no entraba a su casa, y contestó “hace más de 12 años”, mientras frotaba sus manos, caminaba apresuradamente, y tenía gestos errantes. Ese instante se selló con su firma en el documento en que se le devolvía oficialmente su casa, la misma que la violencia le había quitado.

Saber que todo el esfuerzo, el tiempo, los obstáculos y sacrificios se traducen en bien para los más vulnerables, esos que no tienen voz, es una recompensa que no tiene precio, una manera de hacer realidad eso de “es mejor dar, que recibir”. Fuimos creados para hacer un aporte singular con nuestras vidas, lo que da sentido y propósito a nuestra existencia, el servir a otros no es una opción, es una obligación. El servir aumenta nuestra capacidad de amar, de ser sensibles a las necesidades ajenas, y al hacerlo dejamos al lado el egoísmo para asumir como propias las necesidades de otros. Nos convierte en mejores personas, y es por ello que restituir es una manera de servir para vivir.

 

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Orlando Henríquez: