El pasado 11 de noviembre tuve el privilegio de acompañar un taller de maquillaje de cejas dirigido a las mamás cuidadoras de la Asociación de Personas en Condición de Discapacidad y sus Cuidadores. A primera vista, una actividad aparentemente superficial. ¿Qué tan transformador podría ser aprender a maquillar las cejas? Pero la respuesta llegó con la intensidad de una lección de vida.
Estas mujeres llevan sobre sus hombros una carga invisible y, muchas veces, no valorada. Más allá de las etiquetas de “madre” o “cuidadora”, su papel es multifacético. No solo se encargan de las tareas de sus empleos y del sustento de sus hogares, sino que también brindan una atención constante y devota a personas en condición de discapacidad, quienes demandan un nivel de cuidado que las instituciones o la sociedad raras veces están preparadas para ofrecer. Para ellas, no existe un “descanso”; sus días son un ejercicio continuo de entrega y resistencia en una sociedad que, a menudo, parece haber olvidado su lucha silenciosa.
¿Y entonces por qué darle tanto valor a un taller de cejas? Porque, en el contexto de sus vidas, estos momentos de autocuidado son auténticos oasis, tan esenciales como poco frecuentes. El acto de maquillar sus cejas se convirtió en un símbolo de algo que muchas veces se les niega: tiempo para sí mismas. Fue un espacio para redescubrirse, para dejar que sus rostros —cansados, quizás, pero plenos de amor— volvieran a lucir con el orgullo que merecen.
Durante el taller, sus rostros se transformaron, y no solo por el maquillaje. Las sonrisas que se dibujaban en sus labios eran de una sinceridad conmovedora, desprendiendo una alegría que suele quedarse en segundo plano ante el peso de sus responsabilidades. Desde esta actividad, aparentemente tan pequeña, contribuimos a la construcción de una comunidad más fuerte, recordándoles que no están solas en sus labores.
Mayra León, especialista en cejas y pestañas, fue la artífice de este momento. Ella facilitó el taller con una dedicación genuina. “Es la primera vez que realizo un taller como este completamente gratuito, y lo repetiría una y otra vez. La mejor recompensa fue ver las sonrisas de cada una de estas mamás”, me confesó con emoción. Este acto de Mayra es un testimonio del verdadero poder de la responsabilidad social empresarial, que cuando se hace desde el corazón no solo transforma a quienes reciben el apoyo, sino también a quienes lo brindan.
Cuando las empresas destinan tiempo y recursos a iniciativas como esta, no solo realizan un acto de generosidad; contribuyen a forjar un ecosistema más justo y solidario, un tejido social que nutre el alma de la comunidad. Es un intercambio en el que todos ganan: las personas se empoderan, las comunidades se fortalecen y las empresas encuentran en estas acciones una verdadera oportunidad de dejar una huella positiva. Porque ahí radica el auténtico valor de la responsabilidad social empresarial: en no solo ofrecer bienestar inmediato, sino en construir capacidades y relaciones que permanezcan en el tiempo.
La lección de vida de ese día fue clara: a veces, algo tan simple como un taller de cejas puede recordarnos que cada persona, por agotada que esté, merece tiempo para sí misma. Que un espacio de autocuidado puede nuestra alegría. Y, sobre todo, que en el acto de cuidar a quienes cuidan, construimos una sociedad más humana y solidaria. Este es el impacto real que deja la responsabilidad social hecha con el corazón: nos permite entender que el cuidado mutuo es el primer paso para transformar nuestra comunidad.
Por: Sara Montero Muleth