El martes anterior, en la página “Portal Enlace” de Internet, la periodista vallenata Tatiana Orozco, informó sobre el secuestro del ganadero y palmicutor Efraín Londoño Londoño de 82 años de edad, en la vereda Santa Paula del municipio de San Martín, sur del Cesar.
Incluso, la periodista transcribe declaraciones del comandante de la Policía del Cesar, Coronel Jesús de los Reyes, quien dijo: “Manifiesta una de las personas que estaban en el sitio que llegan 10 hombres uniformados, armados, quienes abordaron a las personas y estaban a la espera de la víctima”.
Recientemente EL PILÓN había registrado que hombres armados habían secuestrado al ganadero Andrés José Herrera Orozco de 56 años en zona rural de Pailitas, sur del Cesar. El secuestrado es suegro del director de la Unidad de Víctimas del departamento. “Se identificaron como miembros de la Fuerza Pública y llegaron a la finca del señor, amordazando a todas las personas que se encontraban con él y lo raptaron”, afirmó el alcalde.
EL PILÓN también afirma que el flagelo del secuestro es un ‘viejo conocido’ en los municipios del centro y sur del Cesar. El año pasado a finales del mes de mayo también fue secuestrado el barranquillero Carlos Alberto Restrepo Náder en su finca, vereda El Diviso de Pailitas. Demoró once días privado de la libertad hasta que se logró fugar.
Así tal cual, como ocurre ahora, ocurrió lo mismo hace más de tres décadas, cuando empezaron los secuestros en el Cesar. Comenzaron por San Alberto y luego en San Martín, en Pailitas y después en Aguachica, el secuestro ya era una cotidianidad.
A los meses el secuestro llegó a Bosconia, El Copey, Chimichagua, Chiriguaná y Becerril. Siguió en Codazzi, San Diego y La Paz y siempre estaba la declaración del comandante del Ejército y la Policía: “No permitiremos que la guerrilla ni la delincuencia común nos quiten la tranquilidad…”. Sin embargo, los índices del secuestro subían.
Nada pasaba y el secuestro se fue adueñando de los campos y las zonas urbanas de los municipios del Cesar. En Valledupar y Bogotá, les daba lo mismo a los gobernantes.
Las estaciones de policía se fueron acabando, las carreteras fueron bautizadas como “pescas milagrosas”. Daba terror ir de Valledupar a Codazzi, porque entre la guerrilla y los paramilitares s e habían adueñado de las vías. Incluso, secuestraban entre La Paz y San Diego. Para los corregimientos eso era el dolor de cabeza, diario.
Y llegó lo que tenía que llegar: el secuestro a Valledupar. Hasta de los parqueaderos, oficinas y de sus casas secuestraban a la gente. Eso “sacudió” a los vallenatos y pegaron el grito al cielo. Ahora sí, el flagelo era contra todos. Entonces, empezaron a poner control y ocurrió lo que debió haber ocurrido años atrás: incrementaron la presencia de la fuerza pública, reabrieron las estaciones de Policía. Obligaron a militares y policías a salir a las carreteras a proteger a los ciudadanos. No podemos decir que fue un paraíso, pero la seguridad mejoró y eso fue algo importante. Hoy el sur vive lo mismo y las autoridades del departamento y la nación están calladas, permisivas y hasta podrían ser responsables -por desidia- de lo que ocurre, como ocurrió hace varias décadas. Las carreteras no tienen la presencia militar. Hasta la próxima semana.