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Réquiem por el vallenato

Una cosa es el festival vallenato y otra, muy distinta, la tendencia que sigue la mayoría de las agrupaciones que tiene por base los instrumentos típicos de este género musical, consideradas por muchos como “vallenatas”. La discusión está planteada; algunos sostienen que este género está evolucionando, que los tiempos actuales son diferentes a los de antaño cuando esta música tenía otro entorno y las clases sociales no existían, cuando la naturaleza tenía otra presentación y todo era florido y sin desiertos. Ahora todo es “fusión”, es el cliché evolutivo. Esta tesis es sostenida por muchos compositores de la mediana guardia y quien sabe cómo pensarían los viejos juglares, ya muertos, sobre esta avalancha musical llamada cambio con vigencia de pavesa. Desde un punto de vista etimológico, evolucionar es cambiar de un estado a otro que puede ser mejor o peor; si es lo último, se involuciona pero ya no será el estado inicial; una evolución podría contaminar. Igual pasa cuando se hace una aleación química. Un vallenato fusionado con reggaetón pierde su esencia original convirtiéndose en “reggaenato”. Muchos defienden estas tesis por la necesidad que tienen de vivir, porque el mercado que, generalmente es de jóvenes, así lo demanda. Pero ahí surge un problema: las culturas no surgen para favorecer determinado mercado; el día que lo hagan ya no serían cultura sino economía aunque le pongan color. Un mercado todo lo contamina, crea falsas necesidades y nuevos mitos y puede desaparecer; también los “payolistas” hacen parte de esta cadena mercantil, promoviendo extraños valores musicales. Hoy, la mayoría de las organizaciones musicales no grava música sino ruidos rítmicos, contaminadores auditivos; la poesía descriptiva del auténtico vallenato, nacida en los corrales y en el talento de analfabetas, se ha perdido. Hoy, este género ya no es una cultura, es un negocio naranja. Y no es que antes no hubiese clases sociales como le escuché a un panelista, es por la voracidad del mercado que hace rato acabó con la música mexicana de la cual solo quedan los mariachis. La división social es tan vieja como la humanidad; basta ver como los persas, egipcios, hindúes y otras culturas, clasificaban a su gente y no hay cosa más clasista que una monarquía. ¿Qué hacer para conservar la autenticidad por encima de la evolución temporal y del mercado? No creo que sea con doctorados en vallenato fusionado con economía naranja como lo propuso un académico de Barranquilla; esto no resuelve el problema, lo agudiza. Hay que diseñar unas estrategias balanceadas tal que permita la profesionalización del género con el mantenimiento de su autenticidad, y al tiempo que se impulse el número de buenos digitadores, se fomente la poesía y la narrativa. Los temas festivaleros ya están en el límite, siempre las mismas canciones, muchos de cuyos autores ya no están. A las nuevas generaciones hay que recordarles que a Carlos Vives lo catapultó la Gota fría, el vallenato es vendible aunque antes, las élites sociales la consideraban “coralibe” y era proscrita en clubes sociales. La cultura también se agota y cuando esto ocurra, ¿de dónde van a tomar las canciones para concursar? ¿De las fusiones? Hay que hacer un réquiem por el “vallenato”, sus últimos estertores sonoros ya se sienten.

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