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Requiem en memoria de Miriam Pupo

La conocí hace más de 20 años, cuando Hugo Fernando, su único y primogénito varón y mi persona, entablamos una gran y duradera amistad, de esas sinceras que ni los años ni los vericuetos y engaños del mundo pueden acabar, porque además de ser como hermanos, compartimos gustos afines en nuestras convicciones, creencias religiosas, en nuestro amor a Jesucristo, en la música, en la comida y en nuestro talento en cuanto a la publicidad, actividad en la que modestia aparte me destaco, pero en la que no me puedo comparar con Hugo Bracho, el mejor publicista que he conocido.

Gracias a este talentoso amigo pude conocer a una singular mujer, quien hacía la misma magia en la cocina que su hijo hace en su estudio publicitario, todo lo que le probé a Miriam Pupo era delicioso, lo que más me sorprendía era la facilidad y la rapidez con que lo hacía, muchas veces la vi llegar del trabajo al medio día y en menos de media hora ya tenía un suculento almuerzo preparado. En algún momento escribí en este mismo diario una columna la cual titulé ‘Gourmets criollos’ y allí sin duda alguna no me podía faltar la señora Miriam, si no estoy mal incluso mencioné que ella era de esas diestras cocineras que cualquier cosa que hiciera le quedaba sabrosa, por muy sencilla que esta fuese.

Muy pocas veces la vi de mal genio o estresada, más bien siempre estaba alegre, era una mujer tranquila, aunque si les llamaba la atención a sus hijos con autoridad cuando algo no le gustaba, como es lo normal. Va a hacer mucha falta la señora Miriam Pupo, sus compañeras de trabajo la definen como una mujer con una gran vitalidad, con una eterna disponibilidad, una inmensa capacidad de trabajo y vocación de servicio, me cuentan que en la rama judicial y en la Fiscalía, en donde laboró por varios años la llamaban de cariño “alboroto Pupo”, porque siempre era quien se encargaba de organizar los agasajos y ágapes cada vez que alguien cumplía años, y voluntariamente llevaba pudín y picadas, preparadas por ella para pasar un rato ameno con sus compañeros de trabajo, así mismo cuando celebraba su propio cumpleaños, brindaba unas deliciosas comidas y exquisitos ponqués en su casa, frutos de sus manos prodigiosas.

Fue ejemplo de trabajo, honestidad y pujanza, le tocó trabajar duro para poder sacar adelante a sus hijos: Hugo, Miriam Estela y María José, pues enviudó prematuramente y al morir su esposo Hugo Francisco Bracho Vanegas, tuvo que levantar sola a su familia, y eso es de admirar. Hace poco murió Susana, su única hermana que tenía años de estar radicada en Venezuela, también víctima de cáncer. Miriam fue una abuela consentidora y tuvo la dicha de disfrutar y ver crecer un poco a sus tres nietos, María Alejandra, Juan Francisco y Mariana, especialmente a esta última que vivía con ella.

Como lo he manifestado en varias ocasiones, este es el tipo de columnas que nunca me gustaría escribir, pero siendo este uno de mis oficios, obviamente debo rendirle tributo a los seres queridos que parten a la cita con Dios, por ese lado me da cierta alegría, por el hecho de que para quienes rememoro en estas líneas, ya deben estar al lado del Todopoderoso, allá en la Gloria acompañados de sus seres queridos que ya se les habían adelantado en el caso de Miriam, en compañía de su amado esposo y de su adorada hermana. Descansen en Paz.

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