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‘Repostería Martha’: una prueba de que para emprender no hacen falta millones

Cursos con el Sena le abrieron la posibilidad de emprender a través de sus ideas de negocio.

En un horno artesanal, hecho de un tanque de doce latas que funciona con carbón, Martha hace lo que ella llama “Las tortas artesanales más deliciosas del mundo”.

En el municipio de Codazzi habrán decenas de reposterías, pero ninguna como la de Marta Patricia Estrada, quien asegura hacer las tortas artesanales más deliciosas del mundo, horneadas en un innovador horno hecho del reciclaje de un tanque de doce latas, que, luego de pasar por las manos de su compañero sentimental, se convirtió en el horno a carbón más apetecido entre sus compañeras de clases.

”Yo venía estudiando cursitos básicos con el Sena, luego Comfacesar me dio la oportunidad de entrar a estudiar primero panadería con el programa para madres cabeza de hogar y, luego, comencé a estudiar con las madres emprendedoras”, explica Martha y añade que tras perfeccionar en la academia sus conocimientos de cocina, decidió emprender su propio negocio.

Hornos artesanales que vio en Facebook hechos con lata le sirvieron de ejemplo para fabricar el suyo.

No hacen falta millones

Martha vive en un barrio subnormal de Codazzi, Villa Miriam; allí mismo, en su casa, funciona su negocio: ‘Repostería Marta’.

Desde hace tiempo venía dedicándose a la venta de pasabocas y postres, con lo recaudado ahorró cerca de 200 mil pesos que luego invertiría en su principal herramienta de trabajo.

“Yo vi el horno en Facebook y le pregunté a mi marido si me lo podía hacer y él me lo fabricó. Es un tanque de lata al que le abrieron una boca donde se meten las comidas a preparar. Lleva un tubo por donde escapa el humo y una plancha sobre una cama de carbón”, explica esta emprendedora codacence.

Sin termómetro, ni miedo, calcula la temperatura con el tacto y decide cuánto tiempo deberán permanecer los comestibles al calor del artefacto con una simple fórmula: “Si en un horno convencional un pudín se demora 45 minutos para hornearse, como el calor del carbón es más lento, imaginé que aquí debe tardar 1 hora”, y así ha sido. Marta Patricia Estrada asegura no haber quemado, ni dejado cruda, torta alguna.

¿Y si tuviera la posibilidad de obtener un horno convencional gratis?

¡Lo pensaría dos veces!, responde sin vacilar esta mujer que dice orgullosa ser madre de 6 hijos, la mayoría casados, y uno que actualmente se encuentra prestando el servicio militar.

“Yo trabajo para sostenerme, y a mis nietos que son como mis hijos”, indica la microempresaria mientras aclara que los gastos de sostenimiento de su casa no son mayores por cuanto en el barrio subnormal que habita no pagan servicios públicos.

Por eso pensaría dos veces en cambiar su cómodo horno artesanal: “Mientras un horno convencional me requiere una pipeta de gas gigante que cuesta alrededor de 200 mil pesos, para mí horno solo necesito invertir doce mil pesos en un saco de carbón, y puedo comprar 5 sacos que me sustentan un pocotón de días”, arguye la resuelta mujer.

Además, insiste en que tal como sucede con la comida cocinada a leña, las tortas horneadas al carbón adquieren un toque especial.

Poca inversión, suficientes ingresos

Cuando no le va tan bien en el mes, Marta puede producir diez tortas grandes cuyo costo asciende a los treinta y cinco mil pesos, y cinco de las pequeñas que son comercializadas a diecisiete mil pesos, lo que representaría ingresos por cerca de medio millón de pesos.

Esto, sin contar que entre los encargos del mes se halle alguno que prefiera la torta de queso. “Dos libras de torta de queso está costando setenta mil pesos, porque es una torta especial”, enfatiza Marta.

También ofrece tortas de arequipe, vainilla, con uvas pasas, con ciruelas pasas, y, como para distinguirse, dice que la decoración jamás es hecha con la ordinaria crema de huevo, sino que emplea crema chantillí.

Primero hay que soñarlo

Mientras sus compañeras de clase insisten en querer un horno como el de Martha para hacer también sus productos sin gastar tanto dinero en máquinas, combustible y otros insumos, Marta sigue soñando en el próximo paso a seguir para hacer crecer su negocio.
“Ahorita el negocio está escondido”, dice Marta aunque sin desanimarse.

Para vender, le da su número de celular a las personas y les ofrece “las tortas artesanales más deliciosas del mundo”, aunque también vende por porción entre sus vecinos cuando los encargos tardan en aparecer.

Por lo mismo, anhela vivir en un sector más comercial, con un local con vitrinas surtidas de comida horneada artesanalmente.

“No ha sido fácil, pero estoy muy agradecida por haber tenido la oportunidad de estudiar y haber aprendido de mejor manera este arte”.

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