Por: Rodrígo López Barros
Con este título, pretendo enunciar el orden en que, pareciera ser, esas dos actividades del hombre surgieron en su mente como sugestiones primigenias (sustraigo, desde luego, su impulsividad bélica, aún sin aplacar).
En cuanto a la primera, viene como anillo al dedo la experiencia psíquica indagada por el psiquiatra Viktor Frankl, según la cual: existe, de hecho, un sentido religioso profundamente enraizado en las profundidades inconscientes de todos y cada uno de los hombres.
Debido a esa realidad experiencial y otras por el estilo, es que presumimos que en el devenir de la mente-alma humana primero fue el fenómeno religioso y con posterioridad, el político. ¡Quizá, entonces, desde el principio de los tiempos, qué recóndita sabiduría la marcó de esa manera!.
Después, ininterrumpidamente, hicieron pareja (sin embargo atormentadas por el constante talante guerrerodel género) y juntas han acompañado su historia hasta nuestros días, pues al fin y al cabo comparten la misma naturaleza antropológica-social, que estimula la vida comunitaria y el compromiso con los otros.
De ese fundamento es de donde resulta inviable el solo individualismo o el mero socialismo en el gobierno de los pueblos, cuando quiera que regímenes políticos de uno y otro tenor han querido imponerles ideas parcializadas, o establecer radicales antagonismos entre secularidad y sacralidad.
Desde luego que a todas luces resulta conveniente el deslinde funcional respecto de sus particulares dinamismos, pero sin llegar al error político de impedir o prohibir la libre expresión de la “libertad religiosa”, considerada hoy día un derecho humano fundamental.
Cómo evidentemente ha ocurrido, y ocurre, por parte de algunas dictaduras ideológicas, que como tales no solamente oprimen el libre juego democrático de las naciones, sino también cancelan la espontaneidad religiosa y someten a su yugo la integra legislación atinente a la institución de la familia.
Sin duda olvidando que un buen creyente religioso suele ser un ciudadano correcto, interesado como el que más en la feliz convivencia de todos.
Tanto la religión como la política, promueven la ética y fomentan las virtudes humanas, por tanto exaltan al hombre y lo llevan a desear, buscar y cuidar el bien de los demás, su prójimo; esta es la razón por la cual buscando ambas el mismo fin terrenal, en tal aspecto, su alianza, aunque separados sus poderes, es una garantía de paz ciudadana.
Pero hay algo más que las exalta como insustituibles en el concierto de los pueblos, su especifico interés por los excluidos y los marginados sociales, los pobres indigentes, respecto de quienes y por quienes, específicamente, Cristo erigió su Iglesia, a la que el Papa Francisco quiere devolverle toda su vocación, y a ello está convocando a los agentes eclesiásticos y a los laicos, que integran su feligresía, aunque no solamente a éstos: está orando, hablando y haciendo por todos los menesterosos del mundo, arrollados y arrojados por un nuevo capitalismo pagano.
De ahora en adelante no debe extrañar que al lado de la hermosa liturgia religiosa, se predique el Evangelio interpretado a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, y que en vez de destruir templos para rehacerlos al estilo “moderno”, se dejen los que están, ampliándolos en el mismo lugar o en otros, para la enseñanza, no solo de la doctrina sobre la fe y sobre la moral, sino también sobre la doctrina social de la Iglesia, que quiere ser coherente.
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