Obvio que me refiero a las verdades comunes y no a las fundamentales. Verdades emotivas en el contexto de las edades biológicas, porque de suyo las percepciones anímicas de los fenómenos son diferentes en todas ellas, pudiéndose afirmar que hay verdades cronológicas.
El pensamiento y la verdad apreciada por un infante, un adolescente, un adulto, por un adulto mayor y aún más mayor, muy probablemente son diferentes entre sí.
Todos vamos por el mundo siendo artífices y al propio tiempo padeciendo y constatando las realidades vitales de nuestro comportamiento humano, unas veces haciendo sufrir a los demás y otras padeciendo esas amarguras. Las tales, no pocas veces son causadas por equivocaciones y errores mutuos, y es necesario, para ser justos, averiguar la génesis de las desavenencias, con la finalidad de comprenderlas y acordarlas.
Ello es necesario para sobrellevar y profundizar la convivencia humana, tan averiada en los tiempos que corren, unas veces por asuntos grandes y otras solamente baladies, pero unas y otros hay que superarlos con el fin de construir conjuntamente una mejor calidad de vida en beneficio de las familias que constituyen el tejido social al que pertenecemos.
Los vallenatos somos una región económica y social con espíritu general de convivencia, pero quizá, sobre todo en los últimos tiempos, hemos hecho especial énfasis en las actividades negóciales, a las que en algún momento les hemos dado más importancia que a los más caros valores de amistad y de familia.
No son pocos los casos que me ha tocado constatar en que amigos y familiares se han visto, nos hemos visto, comprometidos ente sí en graves conflictos personales, por hacer más caso al negocio que a la concordia. Y no solo en el aspecto de los negocios, sino también en el trato familiar y social que nos demandan consideraciones y respeto por los demás.
Debemos reconsiderar nuestro comportamiento al respecto, y pedirnos excusas y perdones en procura de mejorar dichas relaciones. Por mi parte, tengo varias mea culpa, a lo ancho y a lo largo de las etapas de mi longeva vida, por las cuales pido perdón públicamente.
Una conducta así, comprensiva y compasiva, no nos debe avergonzar, sino enaltecer y hacernos vivir más hondamente la virtud de la lealtad con nuestros congéneres. La amistad de un carísimo amigo mío me ha inspirado esta columna y agradeceré por siempre sin orillas su generosidad.
A este amigo valioso quiero brindarle mi tributo de admiración, trayendo a colación un inciso del diálogo platónico sobre la amistad, intitulado Lisis.
“El que no es capaz de convivencia tampoco lo es de amistad. Dicen los sabios, Calicles, que al cielo, la tierra, a los dioses y a los hombres los gobiernan la convivencia, la amistad, el buen orden, la moderación y la justicia, y por esta razón, amigo, llaman a este conjunto cosmos (orden) y no desorden y desenfreno. Me parece que tu no fijas la atención en estas cosas, aunque eres sabio”. Calicles no, pero mi amigo sí. Desde los montes de Pueblo Bello.