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¿Reinventarse o asumir Liderazgos?

Frente al paradigma impuesto por las nuevas tecnologías, tras el auge de internet y un sistema multimedia que permite una comunicación más abierta y fluida, se habla de la necesidad de reinventarnos, lo que equivale a generar cambios en el día a día, convencidos de que la era digital no solo sacudió los cimientos del periodismo sino de la cultura misma.

Naturalmente, no podemos estar de espaldas a la civilización, que es el acondicionamiento material y espiritual a las grandes conquistas de la ciencia, pero en consonancia a esa tecnología los medios de comunicación tradicional (radio, impresos y televisión), deben asumir liderazgos para sobrevivir.

El carisma facilita el liderazgo como habilidad natural para atraer, seducir y valorar a las personas, en el entendido de que un grupo motivado dará lo mejor de sí, diferente al abuso que traspasa los límites del respeto personal y resiente los equipos de producción, comportamiento que ya comienza a pasar factura con el desplome de algunos pequeños conglomerados que ya tienen sus días contados.

No es momento de prepotencia en los medios tradicionales de comunicación, que retroceden ante el ímpetu de las redes sociales, primer medio en llegar a la información, con un rating de audiencia superior al 70%, quedando la radio en frecuencia AM relegada a un segundo lugar de sintonía, mientras que países como Noruega ya apagaron la frecuencia FM y activaron la radio digital que resulta menos costosa y de mejor calidad.

La televisión también pierde espacio con una generación que crece sin desprenderse del computador, el celular o la tableta, entre otros dispositivos electrónicos, innovaciones que democratizan la información y desmonopolizan el negocio de las comunicaciones con una mayor interacción y reacción de un público más participativo y protagónico.

No es sensato hacer agravios comparativos al interior de un grupo de trabajo cuya jerarquía no es ecuánime en los reconocimientos, pues se avalan los aciertos de unos, pero se desconocen los aciertos de otros, mientras el miedo del jefe, -que no es líder- a mostrar debilidad, no permite que brille la gente de su mismo equipo por temor a que le hagan sombra y extremado celo a su parcela de poder.

Tiene más réditos fomentar un trato cálido y humano que extrapolar unas relaciones tóxicas que convierten el escenario laboral en un suplicio, en una tortura, cuando el trabajo no debe ser para que nadie muera ni padezca sino para dar bienestar y alegría, la mejor terapia para ser más productivo, puesto que un jefe amable irradia admiración, pero si es amargado hace que los demás se sientan mal en su compañía.

Por Miguel Aroca Yepes.

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