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Regiones afines (lll)

¿Qué hace que la inspiración poética del canto al amor femenino  del siglo Xll en las provincias francesas de la Antigua Aquitania y la Provenza, y con un salto de seis siglos, llegara, para quedarse,  por mágica traslación, u ocurriera  por generación espontánea e independiente en las provincias colombianas de Valledupar y Padilla?

Es posible aventurar alguna pista que podría servir para intentar una explicación, que sea válida para ambos hechos históricos, emparentados por azar o no: sus respectivos habitantes, allá, en aquel siglo, y acá, hacia el XlX, habían estado sumidos en la desolación y desesperanza, por circunstancias adversamente calamitosas; pero he aquí sorpresa, se les abrieron nuevos horizontes de exaltada alegría, cuyo centro lo podemos situar en el amor humano y sublime que improvisados cantores, llamados trovadores y juglares, le expresaban y le manifiestan a la mujer, que así se convierte en la musa de sus afectos de género. 

Evidentemente, el precedente siglo Xl había sido convulso en toda Europa; continente tributario en alto grado de la civilización occidental, y al propio tiempo guerrero, lo que suena como una contradicción; y en el ámbito que nos interesa, las guerras de Inglaterra contra Francia, y a nivel mundial, el gran cisma religioso entre Oriente y Occidente, y las cruzadas religiosas de Europa hacia el Medio Oriente. Más modestos nosotros, en cuanto a ferocidad, podemos citar, sin embargo, los aguerridos acontecimientos independentistas de las provincias colombianas del gobierno español y los subsiguientes conflictos civiles. De tal manera que el canto a la mujer amada vino a ser el bálsamo que aliviara las recientes heridas de las confrontaciones predichas. 

Es curioso por lo coincidente, que a pesar de los seis siglos transcurridos entre aquel canto provenzal francés y el de nuestras nombradas provincias del norte de Colombia, en ambas geografías las condiciones de vida comenzaron a  cambiar para mejor en todos los aspectos sociales, y el comportamiento de los hombres mismos se tornó pacífico y de trabajo productivo, la vida hogareña se estabilizó, y con  mejores consideraciones hacia la mujer . Esta, poco a poco, se fue convirtiendo en el centro de su sensibilidad amorosa. Hubo necesidad de cantarle para conquistar su corazón, de tal manera que  quien no lo hiciera quedaba excluido de su regazo.  El que no canta no puede lograrlo. En cuanto a mí: de ‘pollo’ me fue bien, pero ahora soy mucho gallo. 

Como una especie de digresión, pero no tanto, consigno lo siguiente: aquel siglo Xll europeo, luego el  Xlll, con la luminaria filosófica teológica de Santo Tomás de Aquino, y el XlV, con la cumbre en el arte literario, político y también filosófico teológico del grande  Dante Alighieri, guelfo “blanco”, pero mejor,  guelfo “negro”, mejor aún,  gibelino,  espíritu indomable, exiliado en la ciudad italiana de Ravena; aquellos siglos magníficos iban dejando atrás el Medioevo y fueron los prolegomenos del renacimiento humanístico y la llamada Edad Moderna. Continuará. Desde los montes de Pueblo Bello.

rodrigolopezbarros@hotmail.com.  

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