“Necesito ser libre y feliz en la vaga ironía de mis versos, y adorarte, morirme por ti, ser un loco de amor dulcemente perverso”: Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa.
Es un lugar común, cierto y necesario, decir que el vallenato es narrativo, que crea, preserva y cuenta historias. Visto de cerca, el valor cultural de lo contado, descubrimos entonces la belleza del cómo se cuenta, de los matices poéticos que sostienen en la memoria ciertos pasajes de canciones vallenatas, incluso, canciones enteras. La presente nota toca algo que no abunda tanto como las buenas historias: la buena poesía en el vallenato.
La historia social del arte muestra que el canon es determinado históricamente, que son los hombres y las mujeres de cada tiempo quienes deciden qué es y qué no es buena literatura y buena canción. Una característica de la buena poesía es que no muere con el momento histórico en el que surge, pues, aunque nuestro gusto literario es construido en el presente, acoge también textos de momentos históricos que no son el nuestro, de culturas que no son la nuestra, textos elegidos por otros en otra época.
Buena poesía
¿Por qué nos conmueven aún los viejos poemas, si ya no somos del tiempo de esos poemas y nunca fuimos de esos lugares? Porque la buena poesía es intemporal y supracultural, tiene, según uno de mis profesores, un núcleo primitivo e irreductible. En el vallenato, la buena poesía también trasciende fronteras generacionales y culturales. La atracción inicial de colombianos y extranjeros hacia el vallenato fue motivada, junto a la música y las historias contadas, por los versos elementales que sin poses intelectuales compartían la poesía de la vida: “Cuando Matilde camina/ hasta sonríe la sabana”[1], “Parece que Dios con el dedo oculto de su misterio/ señalando viene por el camino de la partida”[2], “Lucero espiritual, eres más alto que el hombre”[3], “Quiero escuchar la melodía de aquel canario/ que en un descuido se ha escapado de su jaula/ que canta alegre, sin embargo solitario/ bajo la sombra de un manguito en la sabana”[4].
Consuelo Posada señala que “Se ha aceptado la influencia del romance español en la tradición oral de los países de nuestro continente vinculados a España en su historia cultural”[5]. En las áreas culturales del territorio latinoamericano circuló, con el esperable hibridaje, parte de la poesía popular vigente en España durante la Conquista, la Colonia y bien entrada la Independencia. Esta herencia perduró hasta permear en nuestros días la métrica y los contenidos de los inicios del vallenato; el amor, la mujer y la muerte son temas recurrentes que dan cuenta de eso: “Este es el amor-amor/ el amor que me divierte/ cuando estoy en la parranda/ no me acuerdo de la muerte”[6], “La mujer y la primavera, ¡ay, son dos cosas que se parecen!”[7].
La visión de la mujer y de la vida en la poesía del vallenato tiene un evidente componente del romanticismo original que tomaba la naturaleza como testigo y personificación de los sentimientos: “Oye, oye Cerro Murillo/ amigo de mi infancia, testigo de mis penas”[8], “El río Badillo fue testigo de que te quise, en sus arenas quedó el recuerdo de un gran amor”[9], y que puede verse también en las representaciones de la ausencia de la amada: “Regresa/ porque los ausentes/ son sombras del alma o sombras de amor”[10]. Sin embargo, no es una visión totalizante, porque también encontramos canciones donde ya la mujer no es el ser idealizado, ni el objeto de adoración de la concepción romántica: “Si me niegas este amor que yo te pido/ haré otra canción de olvido que también lleve tu nombre”[11], “Y yo no puedo detenerte si tú te vas/ quizás buscando mejor vida pa’ edificar/ en otras tierras ilusiones que llevarás”[12].
Las metáforas que evocan la estética del cristianismo antiguo son otro elemento del primer romanticismo: “Un cirio encendido de amor/ de ilusiones que perdidas mueren en vuelo/ que quemando va sus emociones y anhelos/ y ardiendo desvanece su luz de pasión”[13]. Este verso pertenece a la canción con mayor presencia de poesía en la historia del vallenato.
Refugio en las palabras
Gabriel García Márquez dijo en una entrevista la frase que rompe con el cliché del ser caribe: “Es que los costeños somos la gente más triste del mundo”[14]. La canción vallenata revela que la gente caribe en la experiencia cotidiana del dolor, al pasar por el duro trapiche de la vida, cuando su alegría corajuda no alcanza… echa mano de la alquimia de la poesía.
Los versos de la buena poesía en el vallenato suelen ser lexicalmente sencillos, porque no buscan la poesía del poeta de oficio, ni recursos literarios alambicados, sino la poesía que está refugiada detrás de las palabras: “Qué fuiste tú para mí/ un grito que se ahogó en la distancia, un sol que murió con la tarde/ un cielo colmado de estrellas, en noches veraneras, fuiste tú para mí” [15], “Yo soy el hombre que por ser hombre no ha dejado de existir (…)/ soy la palabra melancolía reflejada en un hombre bueno”[16], “…pero no me da la gana de llorar/ porque soy un hombre que sabe sortear, lo que el corazón le pide/ y si como un tonto me dejo llevar de un corazón que no quiere claudicar/ más tarde será más triste”[17], “Majestuosa Nevada/ sobre mi tierra se alza imponente/ y un águila con sus alas, va solitaria volando alegre”[18], “Si mis palabras conservan el aliento/ las viejas huellas de mi vida cantarán”[19].
Incluso, en los cantos vallenatos con imágenes cercanas a la poesía que circula en el mundo literario formal, las letras mantienen una cierta modestia en el yo lírico: “Esa mirada profunda y misteriosa es/ como los claros de luna entre sombras de almendro (…) Yo te buscaré en la noche, noche transparente/ y en la pintura salvaje del camino real”[20], “Necesito de fuerzas sublimes que me lleven en busca de tí/ y un destello de fe que me anime, a vivir, a luchar, a vencer/ necesito sentir, hoy, mujer, que tu influjo de amor me redime”[21], “Brisas de noches marinas que roban aromas a la patria mía/ nubecita silenciosa que besas la tierra y te entregas al sol”[22].
Vivencias humanas
Wellek y Warren afirman que lo artístico del trabajo de un creador no reside en la unicidad ni en lo irrepetible de la obra de arte, pues una obra que sea realmente ‘única’, resultaría totalmente incomprensible[23]. Además, esto lo digo Yo, una mala canción también puede ser “única e irrepetible” (menos mal). Quizá una de las cosas en que se parecen las buenas canciones vallenatas, es que logran instilarnos en el alma la poesía de la vivencia que hermana en lo humano: “Eliminar la tristeza, la mentira, las traiciones/ no importa que nunca encuentre el corazón lo que ha buscado de verdad/ no importa el tiempo que ya es muy corto y las ansias largas de vivir”[24].
Nombraré varios compositores en los que esta virtud se puede hallar, aclarando que son muchos más, pero mi mala memoria no me permite una enumeración más amplia: Fernando Meneses, Tomás Darío Gutiérrez, Gustavo Gutiérrez Cabello, Rosendo Romero Ospino, Santander Durán Escalona, Leandro Díaz Duarte, Pedro García Díaz, Roberto Calderón Cujia, Rita Fernández Padilla, Mateo Torres Barrera, Sergio Moya Molina, Hernando Marín Lacouture, Fernando Dangond Castro, Adolfo Pacheco Anillo, Rafael Escalona Martínez, Carlos Huertas Gómez, Máximo Movil Mendoza, Octavio Daza Daza, Hernán Urbina Joiro, Julio Oñate Martínez, Nicolás Maestre, Iván Ovalle Poveda.
Ser popular y ser famoso no es exactamente lo mismo. La noción de lo popular es más comprensible desde un criterio social, mientras que la fama actualmente está inevitablemente mediada por el mercado. El género vallenato, además de popular, pasó a ser famoso, y allí, más temprano de lo que esperábamos, tuvimos que pagar en sus letras el correspondiente costo de frivolidad, facilismo comercial, chabacanería y hasta ‘payola’. Pero, las imágenes memorables y los buenos versos no huyeron, se refugiaron en una minoría de canciones, porque la poesía es, como dice Juan Manuel Roca, “esa araña que sube por la escoba que la barre”.
[1] Leandro Díaz. ‘Matilde Lina’.
[2] Adolfo Pacheco Anillo. ‘El viejo Miguel’.
[3] Juan Manuel Polo Cervantes (Juancho Polo Valencia). ‘Lucero espiritual’.
[4] Rosendo Romero Ospino. ‘Noche sin luceros’.
[5] En: ‘Canción vallenata y tradición oral’. Posada, Consuelo. Editorial Universidad de Antioquia. Medellín, 1986. PP. 59-60.
[6] De autor desconocido o de la tradición oral. ‘El amor-amor’.
[7] Gilberto Alejandro Durán Díaz (Alejo Durán). ‘La mujer y la primavera’.
[8] Santander Durán Escalona. ‘Cerro Murillo’.
[9] Octavio Daza. ‘Río Badillo’.
[10] Santander Durán Escalona. ‘Ausencia’.
[11] Hernando Marín Lacouture. ‘Rina’.
[12] Iván Ovalle. ‘El amor es más grande que yo’.
[13] Fernando Meneses. ‘Muere una flor’.
[14] En: ‘La otra literatura latinoamericana’. Juan Gustavo Cobo Borda. El Áncora Editores. Bogotá, 1982.
[15] Rita Fernández Padilla. ‘Sombra perdida’.
[16] Diomedes Díaz Maestre. ‘El 9 de abril’.
[17] Hernando Marín Lacouture. ‘El enamorado’.
[18] Fernando Dangond Castro. ‘Águila furtiva’.
[19] Gustavo Gutiérrez Cabello. ‘Camino largo’.
[20] Rosendo Romero Ospino. ‘Mi poema’.
[21] Tomás Darío Gutiérrez. ‘Necesito de ti’.
[22] Nicolás Maestre. ‘Las cosas mías’.
[23] En: ‘Teoría literaria’. Wellek, René y Warren, Austin. Editorial Gredos. Madrid, 1979. P.22.
[24] Gustavo Gutiérrez Cabello. ‘Sin medir distancias’.
Por Orlando Díaz Romero