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Reformitis

Por: Luis Napoleón de Armas P
El actual gobierno del presidente Santos está empeñado en surtir varias reformas al Estado a cuya eficacia habría que apostarle. Hay que presumir que la intención es propositiva; reformar siempre es más fácil que hacer, que es la misión de un gobierno, algo fáctico; detrás de una reforma podría esconderse la esencia de un problema y con su publicidad podría, también, distraer a la opinión que espera cambios. Las reformas son hechas por tecnócratas en escritorios, con el bagaje teórico que poseen, pero para que sean creíbles deben tener un valor agregado, fácil de demostrar. Todo lo que se intenta en materias sociales, económicas y políticas, no tiene laboratorio de ensayo que permita hacer los ajustes necesarios; se experimenta sobre la realidad; aquí no son posibles las simulaciones, y si algo sale mal, sus efectos son irreversibles. No se trata de medirse una prenda y ver como le quedó. Por eso, las reformas hay que tomarlas con beneficio de inventario. Sin embargo, nos están haciendo 84; esto podría interpretarse como una revolución estatal. Cualquiera puede decir, impactado, ¡qué verraquera! Pero en varios casos, quizás, no se necesitan reformas; bastan políticas de Estado e inversión en los sectores críticos. Una de las reformas del paquete es la relativa a la educación superior regida en la actualidad por la ley 30 de 1992. Esta ley, es la verdad, necesita unos ajustes después de operar durante 18 años; ese periodo fue su laboratorio, durante el cual se demostró que, si bien la autonomía permitió el crecimiento horizontal por el tamaño de su cobertura, las costumbres en la gestión universitaria se envilecieron, sobre todo en las universidades de las regiones, muchas de las cuales se pusieron al servicio de los grupos paramilitares. La presencia de los gobernadores en los consejos superiores, por una errónea interpretación de la ley 30, hizo mas propicia esta participación. Y pensar que en la nueva propuesta reformatoria, los mandatarios regionales se confirmarían en el seno de los consejos. Con los antecedentes que hay, ¿a que le apuesta el gobierno? Pero el problema fundamental de la Universidad es de dinero; este problema no es aislado, es una política neoliberal que recorre el mundo mediante la cual ciertos sectores básicos como la salud y la educación, considerados como lastres para el estado, son feriados en la bolsa mercantil a precios de lástima. País que no le invierta a la educación, jamás saldrá del subdesarrollo. Este fenómeno fue bien entendido por los Tigres Asiáticos. Da  vergüenza ante el mundo que en Colombia solo se invierta el 0.16% del PIB en investigación (lo estándar está entre 2 y 3%). Para que el lector se forme una idea de esta limosna, hoy, un punto del PIB vale seis millones de pesos. En plata blanca, nuestros investigadores trabajan con noventa y seis mil millones de pesos por año. Con eso ni el agua tibia se descubre. En materia educativa retrocedemos, acaban de publicar el ranking mundial de universidades correspondiente al primer semestre de 2011, con una muestra de doce mil universidades. En el Top 1000, Colombia se asoma con tres universidades, la Nacional, la de Antioquia y los Andes. La UN figura entre las primeras 500. Brasil mete 18 con dos en el Top 100. Para el Top 2000 se incluyen seis más: Valle, Javeriana, Cauca, Tecnológica de Pereira, Eafit, Rosario. Profundo dolor sentimos al ver que nuestra UPC, que algunos optimistas se atreven a llamar Alma Mater, no aparece en la muestra Y si en una universidad su claustro no se entretiene investigando,  surgen el tedio y las bajas pasiones: la intriga, la promiscuidad, el rumor, la desidia, el analfabetismo funcional, la corrupción, y hasta el crimen. napoleondearmasotmail.com

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