Andaba en la incertidumbre acerca del tema de mi columna de los martes, cuando un amigo, de abierta tendencia derechista, mandó al grupo de WhatsApp de los columnistas un archivo de la Revista Semana, el cual daba cuenta de una deuda de treinta millones de pesos que el senador Gustavo Bolívar tenía por servicios prestados en un hotel de su propiedad. Inmediatamente supe que debía escribir no sobre este específico caso, pero sí sobre la forma cómo los colombianos abordamos los temas de acuerdo a la preferencia política, no ideológica, de los protagonistas.
Hoy el respeto y apego por los postulados ideológicos poco cuentan, solo interesa el contubernio politiquero con el aliado de turno. De hecho, a nivel nacional, el nerviosismo tiene dando palos de ciego a los grandes medios de comunicación, equiparando particulares eventos de la oposición, así desdigan del comportamiento ético de un legislador, con la pérdida de varios miles de millones de pesos en las fauces de la corrupción oficial.
La idea es sencilla, quitarle fuerza a un escándalo, magnificando otro de la orilla políticamente contraria. Al final la idea es dejar en el imaginario colectivo la sensación de que todos somos iguales de corruptos, por lo que no se podrá soñar con grandes transformaciones y toca seguir en el statu quo político que por lustros nos ha sumido en la desesperanza.
Esta es la intención al pretender sofocar las faltas, delitos y detrimento patrimonial que por setenta mil millones de pesos se causaron en el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, TICS, con el deplorable comportamiento ético del senador Bolívar frente a sus negocios particulares. La diferencia está en que las primeras las pagamos todos con nuestros impuestos y las segundas las debe cancelar el cuestionado político, para lo que el ordenamiento jurídico del país tiene toda una serie de procedimientos.
Este caso es solo para mencionar lo que aberrantemente hacen cada vez más, los descarados medios de comunicación de cobertura nacional. Pero nosotros individualmente también hacemos lo mismo. Hasta las más conspicuas inteligencias han sucumbido ante el apasionado enfrentamiento que relegó al rincón del silencio las consideraciones éticas, morales, legales y de cualquier tipo de enjuiciamiento, mientras el implicado o implicados pertenezcan a los afectos políticos de quien expresa sus opiniones.
Por ejemplo, desde el día que se conoció el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, a manos de mercenarios colombianos, los afectos a la institución castrense o a sus miembros de corte derechista, no han parado de estudiar teorías que soporten la permanencia de los compatriotas en la isla, sin vincularlos al magnicidio. Como si la entidad fuera responsable, por los siglos de los siglos, del comportamiento de sus ex integrantes o la ideología tuviera que asumir alguna responsabilidad o impedir por sí sola que sus miembros puedan cometer delitos en su vida particular.
Igual sucede con los personajes que han cobrado popularidad en redes sociales y que de acuerdo a la virulencia de su comportamiento, logran de uno y otro lado la complacencia ante sus deplorables actos. En este contexto las redes se deformaron, de espacios de libertad de expresión negada por los tradicionales medios de comunicación, a carroñera autopista de agravios y desinformación, la cual cuenta los seguidores de cada cuenta, de acuerdo al nivel de toxicidad de sus apreciaciones.
Ojalá luego de tocar el fondo nos impulsemos hacia espacios de real discernimiento y libre escogencia democrática. Utilizando la inteligencia como faro en el camino hacia el bienestar, sin dejarnos confundir por el subjetivo enjuiciamiento que no en contadas oportunidades va contra nuestros propios intereses. Un abrazo.