Diciembre es un mes muy particular. Tiene esa magia que nos envuelve. El aire fresco, el olor a buñuelos, las luces que despiertan algo especial en nosotros, y la música de las novenas que “Con mi burrito sabanero, voy camino de Belén…”, nos invitan a detenernos, a cantar y a sentir. Es el mes donde todo parece condensarse en emociones, ausencias y esperas.
Las familias, aunque separadas durante el año, se reúnen con el mismo anhelo de siempre. “¿Ya estás en casa?”, preguntamos con más intensidad que nunca. Todos esperamos, con ansias, ese abrazo que trae consigo la calidez de un reencuentro. Pero también sentimos la ausencia de aquellos que físicamente ya no están con nosotros, y los recordamos con nostalgia, con la esperanza de que su presencia sigue viva en nuestros corazones.
Y como siempre, llegamos al final del año dejando muchas cosas para el último momento. Las risas, los abrazos, las palabras de cariño… Todo parece esperar a diciembre. Quizá es porque, en estos días, sentimos el tiempo de una forma distinta.
Nos permitimos disfrutar, soltar, conectar. ¿Por qué tenemos que esperar tanto? ¿Por qué no vivir así todos los días? La respuesta queda en el aire, pero al menos diciembre nos invita a reflexionar sobre ello.
Este año, como sociedad, hemos vivido una montaña rusa de emociones. Momentos que nos unieron y tragedias que nos recordaron nuestras fracturas. Y en medio de todo, ¿qué tanto aprendimos? Es inevitable pensar en ese Macondo de Gabriel García Márquez, ese lugar donde los mismos errores se repiten una y otra vez. Aunque por supuesto, también pienso en las oportunidades diarias que tenemos para hacer las cosas diferentes.
Es cierto, seguimos repitiendo los mismos errores. Los accidentes por imprudencia, las discusiones innecesarias, la falta de cuidado por lo que es colectivo. También es cierto que en diciembre lo bueno se hace más visible, como las manos que trabajan en la casa de los abuelos, los esfuerzos por ayudar a los más vulnerables, las donaciones, los regalos, las personas que siguen luchando por la inclusión, por el deporte, por preservar lo que es nuestro. Estos actos, que a menudo no tienen las cámaras sobre ellos, son los que realmente nos enseñan lo que significa construir comunidad. Y a veces, esas pequeñas acciones no tienen el brillo de las noticias, pero son las que sostienen la sociedad.
Con el estreno audiovisual de Cien Años de Soledad, no puedo evitar pensar nuevamente en ese Macondo que García Márquez pintó con tanta claridad. Este estreno no solo nos devolvió la magia del realismo mágico, sino también la advertencia que yace en su obra de estar destinados a cargar con nuestro pasado, a menos que decidamos enfrentarlo, transformarlo y, finalmente, liberarnos de él. Y eso no es solo algo que suceda con un cambio de año, sino con un cambio de mirada, de conciencia.
Porque sí, estamos condenados a repetir la historia si no aprendemos de ella. Pero, incluso en medio del caos, cada día nos ofrece una nueva oportunidad. Oportunidad de perdonar, de dar amor, de reflexionar sobre lo que tenemos, de agradecer y de poner un esfuerzo más para seguir buscando lo que deseamos. No esperemos al próximo año para hacerlo. Empecemos hoy. Hoy es el día para escribir juntos una nueva versión de nuestra historia como sociedad, una donde podamos reconocernos en nuestros errores, pero también en nuestras ganas de cambiarlos.
Gracias por estar aquí, por leer, por ser parte de este proceso. Que este diciembre no sea solo un cierre, sino el comienzo de una nueva forma de vernos como sociedad, de actuar, de dar. Sé que podemos construir una sociedad que vea lo bueno y lo malo, que no se quede solo con las críticas, sino que también se impulse por el deseo de hacer las cosas bien.
Les deseo una Feliz Navidad y próspero año nuevo, que esta sea una época de reflexión y de amor. Que podamos, cada uno desde su lugar, seguir construyendo, con más conciencia, con más acción y con más esperanza.
Por: Sara Montero Muleth