Ahora que estamos en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO) virtual, es la ocasión propicia para reflexionar sobre la importancia de los libros, pero también sobre la lectura, el entendimiento y la comprensión de los textos leídos, no importa si en edición impresa o digital, que sólo representan el 3 % del total en Colombia. Según el dato más reciente de la Cámara Colombiana del Libro, un colombiano en promedio lee alrededor 2,7 libros por año, aproximadamente. Aunque hemos progresado, es más lo que nos falta por avanzar que lo que hemos avanzado hasta ahora para equipararnos con otros países, como Argentina o Chile en Latinoamérica. Además, según la encuesta nacional de lectura (2019), al 28,3 % de los colombianos no le gusta leer.
Los resultados de las pruebas Pisa 2018 pusieron en evidencia algunas falencias y debilidades del sistema educativo colombiano, principalmente en lo tocante a la lectura crítica y comprensión. Según dichas pruebas, Colombia en lugar de mejorar en su desempeño, desmejoró significativamente. Ahora que, por nuestra membresía a la OCDE, considerado un club de buenas prácticas, Colombia se debe someter a sus métricas y el resultado obtenido en estas pruebas no la favorece. En efecto, el puntaje de lectura alcanzado (412) está muy por debajo del conjunto de países que hacen parte de la OCDE (487) y lo que es peor se retrocedió frente al resultado de las mismas pruebas en 2015 (425).
Por muchos años se volvió una frase de cajón decir que en el pasado el mundo se dividía entre quienes tenían y los que no tenían, luego entre quienes sabían y los que no sabían, posteriormente entre quienes estaban conectados a la red de internet y quienes no estaban conectados. Hasta hace pocos años la mayor dificultad para quienes estudiábamos e investigábamos era el acceso a la información, hoy en día la información está en la red, al punto que, como nos lo enseña el reputado escritor Yubal Noah Harari, en su obra ‘Las 21 lecciones para el siglo XXI’, la tecnología, merced a la inteligencia artificial, al algoritmo y la big data, gracias a la Cuarta Revolución Industrial, un robot está en capacidad de acumular la información que tanto nos abruma a los humanos y reemplazar a este en múltiples actividades.
Pero la única facultad humana que aún no está al alcance de un robot es el del discernimiento y el de la creatividad. De allí la importancia del concepto del eminente científico colombiano, el médico neurofisiólogo Rodolfo Llinás, en el sentido que “más importante que saber es entender y para entender es fundamental contextualizar el conocimiento”. Por fortuna, el discernimiento, el entendimiento y la contextualización del conocimiento que, aún está reservado a los humanos y no está, por ahora, al alcance de los humanoides.