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Reflexiones, cultos, decisiones

Vivimos una mala época para la buena política. No es extraño, hay muchos ejemplos en la historia de cómo en épocas de turbulencia se desbordan los límites de la razón y la moral. Son épocas de polarizaciones extremas (…)”

Así empieza el profesor Moisés Wasserman su columna en el diario El Tiempo, denominada ‘cultos y utopías’ este 12 de junio, donde nos va metiendo en ese escenario de trincheras de defensa de ideas, creencias, de dilemas extremos, de decisiones claves.

Eso no se ve solo en la más alta política nacional sino en eso que se denominan “las políticas públicas locales”. Una de ellas fue la posición a adoptar en este tiempo del covid-19, respecto a la decisión  del alcalde de la ciudad -y que tomaron otros alcaldes- de confinarnos en las casas.

En muchos hogares ha habido duras peleas entre aquellos que querían salir y quienes se resistían a hacerlo. Entre quienes pregonaban y justificaban la cuarentena, por razones de salud, y los que defendían la flexibilidad de salir a la calle para satisfacer la ansiedad y el afán de ir a mercar algo, o caminar por la cuadra, o disponer de un ingreso ocasional en día festivo. No hubo punto medio: o el alcalde estaba castrando la libertad y el gobernador estaba a salvo o el Mello nos protegía del virus frente a la indolencia de Luis Alberto.

Yendo a lo nacional e internacional, porque la polarización es colombiana, también estadounidense,  y británica,  los ejemplos abundan. ‘Remember’ el plebiscito por la paz.

Wasserman continúa:

Los grupos políticos más agresivos en esta lucha de sordos se están convirtiendo en verdaderos cultos. (…) El líder es omnisapiente. El disenso es condenado, y con tanta o más fiereza si quien disiente es o fue parte del culto. El líder tiene métodos intelectuales para descubrir la Verdad (con V mayúscula). Para el culto, todos sus miembros son buenos, todos los extraños a él no lo son (…)

En un culto, el fin justifica siempre los medios o, más aún, los medios son santificados, aunque contradigan cualquier estatuto moral (…)  Al líder no se le pide nunca que rinda cuentas porque es inadmisible que haya hecho algo que no esté bien hecho. Un culto se refuerza cuando hay otro que se le opone. En esa situación deja de existir el individuo neutral (…)

El siglo pasado, la humanidad vio cómo se asesinaron más de cien millones de personas por quienes prometían la llegada del “milenio”, una sociedad en la que todos serían felices en el futuro, y para la que no importaba sacrificar a tantos como fuera necesario en el presente. Esos líderes a los que se rendía culto absoluto surgieron desde las más extremas derechas e izquierdas. (Resalto nuestro)

Y concluye llamando al análisis sereno y a confrontar los hechos:

(…) debemos usar toda nuestra racionalidad, nuestra empatía y nuestros sentimientos morales (que están ahí) para no ser embrujados. Una estrategia posible es empeñarnos en pensar que nadie es tan malo como el demonio ni tan bueno como los ángeles. Que no hay verdades reveladas, y que cada decisión debe confrontarse autónomamente con los hechos y con una evaluación de los efectos que va a producir en la gente…

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