“¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado?” Cantares 8:5
Por: Valerio Mejía Araujo.
Puesto en boca de los protagonistas, se describe aquí un cortejo real que se relaciona con las fiestas de matrimonio, en donde en medio de gran pompa se traía a la novia para la ceremonia de bodas. Hoy nos servirá de marco referencial para que reflexionemos acerca de la necesidad de tener un lugar en donde recostarnos.
El desierto comúnmente es símbolo de silencio; pero también de esterilidad y poco fruto, de aridez y soledad. De frustración y aislamiento. Tal vez algunos de nosotros nos encontremos en pleno desierto: Desierto relacional, por la soledad que nos producen las relaciones rotas. Desierto económico, por la falta de recursos para suplir las necesidades más apremiantes. Desierto motivacional, por el escaso ánimo para continuar avanzando en pos de nuestras metas. Desierto de valoración, por la baja autoestima que desarrollamos hacía lo que somos o hacemos. Si es así, anímate porque tenemos buenas nuevas para ti hoy.
En nuestros tiempos de oración, pedimos por varias bendiciones, damos gracias por muchas otras, pero casi nunca pedimos a Dios que nos ayude a encontrar un buen lugar en donde recostarnos. Un buen lugar en donde reposar, un lugar en donde la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento y comprensión guarde nuestras mentes y nuestros corazones de toda angustia y aflicción circunstancial, producida por los desiertos, que de cara a la vida misma, tenemos que atravesar.
Amado amigo lector, ¿Tienes algún lugar en donde recostarte? Creo que los hombros de nuestro amado Jesús, aún son lo suficientemente fuertes como para soportar el peso de nuestros dolores y falencias. Para soportar el peso de nuestros de nuestros yerros y pecados. El peso de nuestras equivocaciones y malas decisiones. Así que, puesto que él siempre camina a nuestro lado, y está dispuesto a extender su brazo poderoso para afirmar al débil y dejarlo que se recueste sobre él; pues, entonces, ¡Recostémonos en sus regazo!
No creo que exista un mejor momento para recostarnos en los brazos del amado. Que cuando estamos experimentando dolor y aflicción por alguna causa. Para ello debemos confiar plenamente en Dios, debemos creer que solamente él puede hacer lo que ha prometido hacer.
Una vez, cuando el pueblo de Israel tuvo problemas, acudió a Egipto en busca de ayuda, en lugar de buscar ayuda en el Señor. Entonces Dios le dijo: “¡Ay de los que descienden a Egipto en busca de ayuda, confían en los caballos y ponen su esperanza en los carros porque son muchos, y en los jinetes porque son valientes; pero no miran al Santo de Israel ni buscan al Señor!”. Cuando colocamos nuestra confianza en cualquier otra cosa o persona que no sea Dios, la comunión con él se rompe y dejamos de recostarnos en su pecho. Dios suple nuestras necesidades, a través de personas, relaciones, recursos, métodos y programas; sin embargo, no debemos sucumbir a la tentación de descansar en estas cosas, antes que en los brazos del Señor.
Para subir del desierto recostados sobre Jesús, nuestro amado, debemos aprender a amar a Dios con todo nuestro ser, someternos a la autoridad soberana de Dios, experimentar a Dios de una manera real y personal; y – por supuesto- seguir confiando plenamente en Dios.
La invitación de hoy es a salir del desierto al encuentro de nuestro destino, con la alegría propia de un cortejo de bodas, y con la seguridad que nos produce venir recostados sobre nuestro amado. ¡Salgamos del desierto, vengamos a la vida, recostados en Jesús!
Oremos juntos, “Querido Dios, te pido ayuda para salir del desierto en que me encuentro. Déjame recostar sobre ti y dame la seguridad de tu presencia en todo lo que emprenda. Amén”.
Recuerda, no enfrentes la vida solo, no dejes que el desierto consuma tus fuerzas, recuéstate en Jesús. Él dijo: “Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados; y yo os haré descansar”.
Te mando un descansado abrazo en Cristo… valeriomejia@etb.net.co