Por Julio Oñate
Su auténtico nombre de pila es Francisco Irenio Bolaño Marsal, hijo de ‘Pedrito’ y Cristina, quien vio sus primeras luces en el lejano año 1907, en El Molino, Guajira.
Desde el momento en que nació, su vida se alegró por las notas de acordeón que tocaba su padre, percibiendo así el encanto que fluía del mágico instrumento.
Nacido en el seno de una familia de escasos recursos económicos, antes de la adolescencia le tocó laborar en las faenas del campo pero mostrando una gran intuición natural hacía la música y – sin cumplir sus 20 años- ya deslumbraba a la gente de los pueblos provincianos al exhibir un singular virtuosismo al ejecutar el acordeón, pronosticando que llegaría a ser un fuera de serie, como en efecto lo fue.
Es la época en que inició a recorrer tierra, enrumbó para la zona bananera donde se vivía la época dorada del banano. Fundación era el punto estratégico, donde confluían todos los juglares aventureros que llegaban desde los rincones más lejanos del Magdalena Grande. Allí se instaló Bolaño codeándose con músicos contemporáneos y mayores que llegaban de toda la Costa, destacándose entre ellos por su música brillante y su rutina alegre y parrandera. Su permanencia en Fundación, en contacto con los viejos juglares de los pueblos del río, donde la ejecución del son bajero es casi una religión, le permitió asimilar las intimidades de este ritmo de nostálgicos matices logrando entonces mostrarlo y enseñarlo a su regreso a muchos músicos de la provincia, que en esa época sólo interpretaban puyas y merengues.
Cuando Bolaños se trasladó a la zona ya comenzaba a mostrar su perfil de compositor, pero fue en el ambiente de las academias, parrandas y fiestas de quincena donde surgió su obra más notable, el son ‘Mi mujer se volvió loca’, cuya melodía le dio marco a los versos de Santa Marta o ‘Santa marta tiene Tren’, también en ritmo de son, pieza que aunque registrada a nombre de ‘Chico’ Bolaño, siempre reclamó su paternidad Manuel Medina Moscote, el más veterano de los acordeoneros de la zona del río, nacido en el puerto fluvial Punta de Piedra, una estación ganadera de los hatos que llegaban del viejo Magdalena con destino a Barranquilla.
Después de la largas temporadas en la zona, andariego por naturaleza ´Chico’ estuvo deambulando por todos los pueblos de la costa, lo cual nos explica que su cédula de ciudadanía fuese expedida en Calamar (Bolívar). En Barranquilla tuvo oportunidad de incursionar en la radio en programas de variedades musicales en la emisora Atlántico, pregonando nuestro folclor regional que en ese entonces era visto con recelo por la gente del litoral.
Lastimosamente, no tuvo la suerte de llegar al disco, testimonio sonoro de cualquier artista; sin embargo su esposa Ana Olmedo me comentaba que a mediados de los años 50 en correría por los Santanderes se trajo desde Cúcuta un cassette ‘redondito’ donde había grabado el paseo ‘Catalina Daza’ y la puya Sánchez Cerro’. Después de fallecido ella se lo prestó a Radio Guatapurí y hasta el sol de hoy….
Un verdadero pesar no contar con algo tangible que nos hubiera dado prueba de su maestría como juglar incomparable, hoy avalada por quienes tuvimos la suerte de conocerlo y apreciar su acordeón altanero y florido.
‘Chico’ Bolaño fue un hombre de recio carácter y firmes decisiones, que nunca evadió un enfrentamiento en el campo musical, dejando siempre mal parados a quienes tuvieron la osadía de enfrentarlo.
El texto de sus obras más conocidas lo encontramos en la obra Juglares Inmortales de Rafael Oñate Rivero; sin embargo, otras perdidas por los caminos del tiempo no han sido posible rescatarlas, salvo pequeños fragmentos, entre ellas: ‘El sombrero de Tartarita, ‘El tigre de los barriales’, ‘Las mujeres’ ‘Carmencita’, y ‘Un canto pa’ Olaya Herrera’
Bolañito, como también se le conocía, tuvo el mérito entre los músicos de su generación de haber compuesto obras en los cuatro aires del folclor vallenato, descifrando así los diferentes marcantes del acordeón.
Fue uno de tantos casos de juglares que nacieron para la música y por ella murieron. Su deceso se produjo en extrañas circunstancias en 1962, en una noche de alegre parranda en la población de Bosconia, hoy Cesar.