Por Oscar Ariza Daza. @Oscararizadaza
La independencia de las colonias españolas en América fue el reflejo del espíritu revolucionario de occidente, expandido entre 1805 y 1815 en Europa central, especialmente en España y Portugal por acción de la invasión napoleónica que desmembró el imperio español creando vacíos de poder que fueron bien aprovechados por los territorios coloniales que reclamaban igualdad de oportunidades en la administración del gobierno.
Fueron muchos los movimientos de insurrección que se desarrollaron a lo largo del nuevo continente, especialmente en lo que hoy es Colombia, soportados en ideales revolucionarios franceses auspiciados por Napoleón Bonaparte.
El país comenzó a estructurar dos tendencias que terminaron por construir sus propios intereses y que terminó por agudizar una crisis que condujo a una guerra interna en la que los colombianos se disputaban desde qué territorio se debía mandar y quién debía hacerlo, hasta el punto que muchos calificaron esta etapa como patria boba.
Mientras en el centro, caudillos se debatían en una guerra de poderes, en las provincias los ideales de libertad estaban comprometidos con una tendencia liberal moderna que buscaba declarar libre de opresión el territorio y proclamar nuevas leyes que fundamentaran el resurgir de una nación ávida de progreso con oportunidades para todos.
Detrás del honorable accionar de próceres como Bolívar y Santander, se erigen las actuaciones de hombres y mujeres valiosas que desde las provincias hicieron germinar un ideario de libertad desprendido de discursos importados de Europa, más bien fortalecidos por el valor y el deseo de ver a sus pueblos libres y con sus propias necesidades satisfechas.
Si alguna persona merece un reconocimiento en esta recordación bicentenaria es María Concepción Loperena, no como chovinismo local para tratar de marcar la participación de alguien de esta región, más bien por el compromiso que tuvo con la liberación de Colombia hasta el punto de renunciar a las distinciones a que tenía derecho como dama.
No fue casualidad que su actitud sobrepasara la de muchos hombres, pues su formación le permitió tener la lucidez para asumir el reto de poner en riesgo su vida y la de su familia para servirle a la libertad, hasta el punto que la mañana del 4 de Febrero de 1813 convenció a los cabildantes de Valledupar para que proclamaran la independencia de la ciudad del dominio español a través de un acta que ella misma redactó e hizo firmar a los más notables de Valledupar. Su valor heroico, su sentido de justicia, su rectitud y compromiso con el progreso de una nación a la que muchos no le apostaban, la llevó a reunirse con el General Bolívar, cuando nadie lo conocía, cuando apenas se le llamaba insurgente, para aprovisionarlo de ganado, ropas y armas para el ejército patriota, para que continuara la campaña de los valles de Cúcuta y de todo el Virreinato.
Su compromiso fue tal que no le importó exponerse a la persecución y expropiación de sus riquezas. Mientras más la perseguían, seguía avivando las llamas de la libertad que sirvieron de ejemplo para que se mantuviera hasta el último momento el deseo de ver a Colombia regida por los principios de libertad, orden y justicia para todos; una búsqueda incansable que aún perseguimos como legado para el país, para el Cesar y para Valledupar.
El mejor homenaje que podemos hacer a una mujer que a pesar de los reconocimientos, no buscó mayor gloria que la de ver a su tierra libre de la tiranía, es recordarla tal como ella lo pidió en su testamento “para que la posteridad conozca cuáles fueron mis privaciones y amarguras y lo caro que fue aquí mantener una conciencia viva de libertad y para mis descendientes que no abandonen estas ideas de las cuales yo puse bien en alto la bandera de un ideal, divulgando el pensamiento de los grandes pensadores de la libertad y del más grande de los libertadores de Colombia”.