Los altos niveles de intolerancia que se registran en la capital cesarense y en menor escala en los demás municipios del departamento, preocupan cada día más. Es una preocupación que embarga no solo a un gran porcentaje de ciudadanos que habitan en Valledupar, sino a representantes del Gobierno Nacional que conocen detalles de la realidad vallenata y cesarense.
Hace un par de días, el ministro del Interior Aurelio Iragori Valencia dijo en Valledupar que “le mortifica el hurto en Valledupar” y expresó de manera muy sincera su insatisfacción por los índices de inseguridad en el departamento, muy a pesar de las grandes inversiones que realizan desde Bogotá.
La seguridad es el tema más sensible. Los hurtos tienen azotada a la comunidad. Ningún lugar es seguro. Los homicidios incrementaron este año con relación al 2012.
Acompañado de este fenómeno social que desvela a las autoridades e intimida a la ciudadanía, existen otros componentes de valores que entran a jugar. La indiferencia de las personas frente a lo que le pasa a los otros es asombrosa, tanto que un ciudadano prefiere hacerse el ‘ciego, sordo y mudo’ si cerca de él ocurre algún incidente. Se volvió tan común ser testigo de un atraco, de un homicidio, de una pelea entre vecinos, de un accidente de tránsito, que no importa “si no me afecta a mí”, como suelen decir.
Este 22 de diciembre termina la Semana del Afecto, la Tolerancia y la Reconciliación, concebida como una estrategia generadora de paz, como respuesta al fortalecimiento de las manifestaciones del ser humano en temas físicos, mentales, conductuales y espirituales. Todo con un objetivo: convertir a Valledupar en un espacio de fraternidad.
En teoría es una propuesta llamativa que además se desarrolla –hasta hoy- en barrios con mayor intolerancia y ocurrencia de delitos. ¿Pero acaso en una semana se logrará que la semilla de la reconciliación, el respeto y la solidaridad, germine?
No es suficiente. Y por más inversiones –millonarias por cierto- que realicen los gobiernos municipales, departamental y nacional en el asunto, la situación seguirá igual mientras no se ocupen verdaderamente del núcleo del problema: la familia, donde se consolidan los valores para ser personas de bien, con valores y conciencia ciudadana. No más programas débiles, esporádicos, que ejecutan más por cumplir las metas del Plan de Desarrollo, que por incidir realmente en un cambio social.