Bueno, primero que todo un feliz año pa´to el mundo y parodiando a Fray Luis de León que fue detenido dictando clases en la Universidad de Salamanca, no estoy seguro y transcurrido un largo tiempo de reclusión retornó a su clase con la siguiente frase: “Como decíamos ayer”. Después de dos largos meses totalmente aislado de la costumbre de escribir esta columna todos los viernes, por razones de salud y completamente restablecido, sigo dando lora y tratando los temas de actualidad, con preferencia los que suceden o nos golpean en nuestro entorno bolsilleril, especialmente en lo concerniente al Cesar y a La Guajira.
Vengo “como Toyota nuevo pidiendo vía”, con ganas de satisfacer y complacer a mis pocos o muchos lectores, no sé, que donde quiera me encuentran me lo reclaman, algunos jocosamente y me dicen “yo creía que te habías muerto”, no me he muerto, ni me muero todavía con la venia de Dios y otros en forma airada, pero no altanera sino con mucho cariño.
Comienzo con lo que más me gusta: la comida y sus exagerados precios, con una especulación desbordada y sin que nadie la controle y sancione: el aguacate es mi fruta preferida, me crié en abundancia de ellos y me comía uno o dos al día escogido y me acostumbré a consumirlo todos los días, en el desayuno, almuerzo y comida, gusto que no voy a poder seguir dándome, porque “la inflación, el dólar caro y la guerra de Rusia y Ucrania” te dice cualquier carretillero lo tienen por las nubes y por eso voy a reducir su consumo a dos veces por semana; el otro, figúrense que estoy felizmente casado con una pacífica, de La Paz, la tierra del queso sabroso y ellos lo consumen tres veces al día: en la mañanita con tinto, al medio día con lo que sea y en la comida con yuca, arepa limpia o plátano asado, eso es inmancable y yo rápidamente me habitué y hoy el kilo ronda a los $35 mil y la única solución es disminuir el consumo con una ración más pequeña y además irlo a comprar al mercado, donde es más barato y ya que hablé del plátano amarillo, pero serrano como le gusta a Mercy por su dulzura, nos van a obligar por su alto precio a disminuirlo también, comiéndome un cuarto en vez de medio como lo venimos haciendo.
Muy afortunadas y oportunas la caricatura del inigualable Zafady y la columna del pariente y magnífico columnista Víctor Martínez, donde pintan y tratan la especulación como el flagelo que infla la inflación, pero se quedaron cortos mis buenos amigos al ignorar a la inseguridad que con su prima hermana la especulación son los dos flagelos que hoy reinan, no en esta ciudad, sino en toda Colombia, esos dos males hacen una buena llave y acaban cualquier economía y el señor alcalde Mello Castro debe de emprender, en unión con los señores Concejales, que son 19 bien remunerados, una vasta y demoledora campaña contra ellos, para ver si la platica alcanza para algo.
Una especulación sin control trae como consecuencia una inflación desbordada y si la primera no se controla fijando precios públicos, obligatorios tanto en almacenes como en centros comerciales, no hay plata que alcance, máxime ahora cuando vienen las caras matrículas y las largas listas de útiles inútiles que necesita cada estudiante con un largo etc., etc. Mi consejo es que compremos y consumamos menos, obligando a los especuladores a bajar precios para que tengan “madurera” y el queso se les seque y se ponga rancio.
Alcalde con los bríos que lo caracterizan, a cortarle la cabeza a la especulación para que no haya inflación y se viva bien y sabroso, tal como lo desean el presidente Petro y Francia, su vice.
Por José Manuel Aponte Martínez