Este intitulo es más exacto que el de: “Religión versus ciencia”; toda vez que no es cierto que la religión se oponga a la ciencia. Razón y revelación son dos dimensiones complementarias y no antagónicas. La ciencia experimental es propia de lo que llamamos “naturaleza”; la ciencia teológica, en cambio, nos propone la verdad acerca de Dios, la virtud de la fe como un don de Dios; cuestión totalmente diferente a lo exotérico, que es lo oculto, la alquimia, la magia, la nigromancia – magia negra o adivinación -, la astrología, la cábala – supersticiosa -, u otras excentricidades por el estilo. La religión es el cordón umbilical que une la tierra con lo que denominamos cielo.
Cuando el “papa” de la religión-ciencia “Materialismo Histórico”, Carlos Marx, dijo que la religión es el opio del pueblo – afirmación hoy día totalmente anacrónica – no acertó, pues ciertamente está completamente reconocido por todo mundo que el opio del pueblo no es la religión sino la ignorancia – incluida la religiosa -, la falta de educación y formación integrales humanas.
El satélite artificial ‘Rosetta’ enviado al cometa 67P que se halla a millones de kilómetros de distancia de la tierra, hace parte de la búsqueda de hechos propios de la naturaleza-universo, pero nunca del porqué de la existencia de la creación-vida. Son dos asuntos completamente distintos, y por lo tanto no se debería tratar de confundir a las gentes que tienen derecho a recibir información imparcial y objetiva, así provenga de correligionarios cientificistas.
Por consiguiente, razonablemente no cabe duda que al respecto lo mejor es encontrar un ámbito de convivencia entre las dos ciencias, la experimental y la teológica, y evidentemente son muchos los sabios contemporáneos que están transitando esta vía. Pero por lo visto, estas últimas noticias aún no han llegado a nuestro terruño.
La inquietud sobre la posibilidad aparente de que la ciencia y la fe puedan entrar en colisión, fue tema magistralmente tratado en la Encíclica ‘Fides et Ratio’, ‘Fe y razón’, del hoy San Juan Pablo II: El creyente no puede temer a la ciencia, a la investigación, al avance del conocimiento, como si por estos caminos pudiera aparecer la comprobación científica de que nuestra fe o alguno de sus postulados dogmáticos no sean ciertos. Este temor es, precisamente, una falta de fe, no tener por ciertas las definiciones del magisterio, ya que la naturaleza y la fe tienen un solo Autor que no puede contradecirse.
La fe y la razón, con la cual conocemos entre otras cosas las realidades de este mundo, como lo afirmó el autor de la Encíclica, son dos alas dadas al hombre para que se remonte, por caminos diversos, pero complementarios, hacia la verdad, que es el objeto mismo de la razón.
Aunque hay que decir y seguir afirmando estas verdades, de todos modos advertimos que hemos caído en una suerte de un fundamentalismo irreligioso, del que se hace apología públicamente, que pretende borrar el sentido cristiano de la vida entera, que busca imponer sus puntos de vista, no mediante la violencia física – aun cuando a veces sí -, pero sí a través de una violencia no menos temible: La de proscribir todo pensamiento contrario, lanzando al ostracismo a quien lo sostenga. Tal fundamentalismo enarbola un pluralismo democrático a condición de que sea para su exclusivo beneficio.
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