“Quiero ser presidente de Colombia”, me comentaba seriamente un amigo. “¡Eso está bien, te felicito!” le dije, “pero antes analiza estos conceptos recogidos de la opinión pensante, que permanentemente ha lidiado con la vida política del país. Escucha:
Para ser presidente de Colombia, definitivamente el requisito fundamental es tener una edad avanzada en años, curtida por la sensatez que da la experiencia, acompañada de una carrera política diversificada, también de muchos años de servicio comunitario y haber recorrido en su estadía por muchas de las escalas sociales existentes.
Haber conocido la pobreza es fundamental, lo mismo que la vida de trabajo lograda haya sido modelo en dignidad y llena por consiguiente de mucha sensibilidad social.
La experiencia civil y la ética deben primar por encima de los conocimientos profesionales, tanto para quien vaya a presidir el gobierno como para los asesores inmediatos y aprovechar a las juventudes preparadas, para reforzar los diferentes estamentos que, con su capacidad de trabajo, fortaleza y entereza le den el toque final a un buen gobierno y puedan allí acrecentar más sus conocimientos para un futuro cada vez mejor.
El presidente debe propender por la democracia participativa para que prime en todos los aspectos y poder dar el golpe definitivo tanto a los violentos, como a aquellos, los flojos, que quieren vivir de los demás y buscan la vida paradisíaca a costillas de la miseria humana.
El presidente debe entender que las fuerzas militares y policivas deben tener cierta autonomía en su ejercicio y gozar de los privilegios que demanda una vida de sacrificios en el servicio social y de defensa de la ciudadanía, además merecer el respeto debido a su dignidad, como lo demandan la constitución y las leyes.
Entender que la justicia debe ser revaluada para ser manejada por los probos en el tema de equidad mental, social y jurídica con temores vencidos. Debe ser apolítica total con conocimientos universales en la concepción y aplicación de las normas.
El presidente debe manejar la experiencia política como principio fundamental y determinante, logrando hacer de dicha actividad lo que debe ser, ciencia y arte, para tratar de buscar siempre el equilibrio en todas las actividades demandadas. Entender que la educación y la salud, como los que las predican y ejercen, conforman la columna vertebral de cualquier sistema de gobierno.
Entender que la mano fuerte y las normas rígidas en cualquier momento son prioritarias, pues las condiciones de los grupos y organizaciones del caos así lo exigen como medio para derrotarlas, pues estas, con sus excesos de dineros sucios, están manejando las libertades y necesidades humanas a su libre voluntad, ya que el estado de derecho perdido, por no existir el peso del gobierno, trae la inversión del sistema y por consiguiente el desorden.
Entender y llamar la atención para que las entidades no gubernamentales internas y externas midan con el mismo rasero los conflictos entre los confrontantes, sin subestimar la realidad bajo el dominio de las pasiones.
Entender que se debe sancionar severamente el vandalismo como los abusos de las fuerzas públicas, pero también preguntar a los promotores del desorden quién responde por los perjuicios que se ocasionan al comercio formal e informal y al bienestar ciudadano y tener los pantalones suficientes para enfrentar a los protagonistas solapados que se esconden en los reclamos justos de los sindicatos, gremios y comunidades afectados.
Entender y propender para que los ejecutores de las leyes, las Cámaras e instituciones del caso, deban reunir ciertos requisitos que bien reglamentados permitan evitar las hegemonías políticas familiares y las “bancadas de intereses”, que tanto daño hacen con la perpetuidad que logran, dando origen a muchos problemas en todos los ambientes; en fin, buscar con urgencia manifiesta una reforma política, económica y social que trastoque en definitiva con algunas normas de la reforma del 91 que mucho daño le ha hecho al país, entre otras, como la sin igual y controvertida elección popular de alcaldes y gobernadores, quienes como intermediarios con poder absoluto idealizado, en algunas regiones, están incrementando más la corrupción en todas las actividades que atañen con la vida humana en la búsqueda de su subsistencia, como consecuencia en la cantidad inequívoca de dinero que gastan para ser elegidos. La política es la guerra de los espíritus en donde la mentira predomina sobre la verdad; es la hora de comenzar con el trabajo necesario para invertir estas expresiones de Friedrich Nietzsche y que la verdad y el bienestar predominen sobre las actuaciones políticas distorsionadas.