MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Se comentaba sobre quién de los columnistas de este diario era el más leído, cuando uno de ellos me dijo: ‘Si dejaras de ser romántica ocuparías el primer puesto’.Quedé perpleja: ¿qué sabe este hombre lo que es ser romántico? Si nos vamos a una época de la literatura en la que hubo profusión de poemas al amor, a la luna, a los paisajes, a las madres, era el lloriqueo sentimental, no la debemos despreciar, porque hubo figuras que construyeron versos sólidos y abrieron caminos para que en la actualidad hasta nuestros compositores vallenatos hagan sus cantos, con el mismo dejo de melancolía.
Ahora, que si de románticos se trata, voy a mencionar algunos: Ernesto ‘Che’ Guevara: “Porque esta gran Humanidad ha dicho ¡basta!”
Luther King: “Hoy tengo un sueño…”
Gandhi: “Realmente soy un soñador práctico, mis sueños no son bagatelas en el aire…”
Los grandes hombres han sido románticos, esos que tienen un sueño por el que darían la vida o la dieron, y el más grande ha sido Jesucristo, basta leer su palabra y se notará que la metáfora se esparce en todos sus sermones, y ya se sabe de su sacrificio de amor, el que ha inspirado a gente como Madre Teresa, otra romántica, que soñó cambiar el panorama de una Calcuta herida por la pobreza llena de lodo y de miseria.
No sé lo que para el columnista de marras tiene de malo ser romántico, hasta el más austero, reacio, machista tiene sus nostalgias, que son señal de romanticismo o de sus sueños, ya lo dijo Rubén Darío “¿Quién que es, no es romántico? Aquel que no sienta ni amor ni dolor, aquel que no sepa de beso y de cántico, que se ahorque…”
Cuando uno ha decidido ser periodista (de los comprometidos con el trabajo) se es romántico. Se lucha, se es incomprendido, se expone la vida; personalmente me tocó una época vidriosa de la violencia en esta región, que no amedrentó el romanticismo de los periodistas que trabajábamos por la verdad y vi a una de mis mejores amigas, Amparo Jiménez, con un balazo en la cabeza, porque dijo la verdad; y a Guzmán Quintero, cuando fue baleado y trató de atajar los proyectiles con sus manos y a Consuelo Araujo, mártir en una montaña a la que le había escrito con todo el romanticismo de que era capaz; y viví tres amenazas de muerte y no tuve la solidaridad de colegas porque no creían en amenazas sólo cuando les tocaba a ellos, y no cuento como salí a salvo porque ya eso está en mi libro Entre la Verdad y la Muerte; y vi partir al inolvidable Álvaro Oviedo a otra ciudad porque los violentos le dieron orden al medio donde trabajaba de sacarlo de la ciudad o lo mataban; sí, cuando se vivió una larga época de sobresaltos, cuando me tragaba las lágrimas por los amigos, por la región, por el país que recibía cada golpe mortal, cuando se ha pasado por todo eso y más, ya no hay para qué estar atizando incendios en un país que es un polvorín a punto de explotar.
La Columna de Opinión no es para estar atacando, no es para saciar el deseo de protagonismo, se denuncia lo denunciable y se elogia lo elogiable, se denuncia con elegancia, con lenguaje embellecido (lo que el columnista llama romanticismo) pero, para ello, para lograrlo, se tiene que recorrer un largo camino en el que muchas veces se trabaja con actos heroicos, con la muerte o con una flor o con un gato o con una vendedora de minutos que nos llevan a escribir, con la cotidianidad que no se puede desprender de los actos románticos, y no se puede improvisar ni llegar armado a iniciar una batalla, hay que estar preparado intelectual y emocionalmente.
¿Y que tiene de malo si soy romántica al escribir? Muchas veces con un verso se apagan los fuegos incendiarios del camino.
Por encima de todas estas consideraciones, solo quiero dejar en claro que nunca he escrito para ocupar primeros puestos, ni para que me premien. Yo escribo y punto.
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PD. A los queridos lectores de mis columnas románticas les aviso que el próximo lunes no saldrá.