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¿Quién evalúa o debe evaluar las rendiciones de cuentas?

Por estos días de cierre de año y también de la culminación de los mandatos constitucionales de gobernadores, alcaldes, diputados y concejales en Colombia, además de otras corporaciones que no son elegidas por elección popular, la agenda de eventos de la institucionalidad está repleta de actos de rendición de cuentas públicas.

Los medios de comunicación nos hemos visto en calzas prietas para tratar de cubrir toda esa serie de rendiciones de cuentas de muchas entidades de diferente índole, todas programadas en estas dos semanas de diciembre y lo que aún queda de este año.

Está bien que se rindan cuentas públicas y porque además eso es una obligación legal hacerlo, pero también sería bueno revisar la eficacia y eficiencia de estas jornadas que, en muchos casos terminan siendo solo eventos protocolarios y con una buena carga de maquillaje corporativo.

Lo curioso que resulta al presenciar estas rendiciones de cuentas es que ninguna entidad que la presenta se raja, las cifras, los logros, crecimientos y consolidación de procesos expuesto allí, en su mayoría, siempre son exitosos en este tipo de informes, con aplausos incluidos. ¿quién contraste la veracidad de esa información? ¿quién le hace un examen riguroso a las cifras y resultados expuestos? Se cree que esa labor les corresponde puntualmente a los órganos de control del estado, veedurías ciudadanas, a los medios de comunicación, a los ciudadanos con criterio cívico, a los líderes políticos y comunitarios, pero también a cualquier persona de manera individual, no obstante, esa tarea nadie la está haciendo con el rigor requerido.

Independiente de quién es o quiénes son los responsables de la vigilancia sobre la veracidad de estos informes públicos, considerados de interés general, lo cierto es que existe un guiño de suspicacia y de falta de credibilidad y fundamento a las “maravillas” que se exponen en este tipo de ejercicios. Pero también es verdad que los directos encargados de presentar dichos informes no son culpables de que nadie diga nada o evalué la seriedad de su exposición en razón a que siempre se hace con antelación la convocatoria pública y abierta a toda la ciudadanía.

Así las cosas, todos tenemos la oportunidad de ver, escuchar o preguntar, pero no lo hacemos, las razones para no hacerlo son múltiples y eso es lo primero que debe comenzar a revisarse, algo o todo debe modificarse para que estas rendiciones de cuentas de verdad valgan la pena y ese dinero que se emplea para su ejecución sea muy productivo, que redunde en el beneficio colectivo y no en un desgaste por simple cumplimiento de requisito legal.

Este tipo de jornadas deben constituirse más que un simple ejercicio contable y de exhibición de logros, su desarrollo ha de permitir un punto de quiebre para evaluar lo bueno y lo malo y con base en ello tomar medidas y correctivos bajo criterios de transparencia que contribuyan con el buen funcionamiento de cualquier entidad.

Cierto es también que todo proceso debe estar motivado y obedecer a alguna clase de estímulos, ya sea por voluntad propia o por la fuerza de la norma o circunstancias, tal parece que esos aspectos no se están cumpliendo para que las rendiciones de cuentas sean más participativas y dinámicas y no se presenten como una especie de simples monólogos del expositor o expositores.

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