Y llegó el día D para el debate que el país estaba esperando, el que los medios patrocinaban como el cara a cara del siglo, la piedra angular que haría encajar las piezas sueltas de 50 años de conflicto. Y llegó el día, pasó el día y nada cambió. Colombia presenció en una transmisión ininterrumpida cómo sus senadores se apuntaban con el dedo acusador desde muy temprano en la mañana hasta bien entrada la noche para que al final, cuando la polvareda amainaba y la nación recobraba su cotidianidad, solo nos quedara un rosario de denuncias estancadas en la correspondencia de la Corte Suprema y un aire enrarecido por odios acumulados.
Recobrar la memoria histórica es un ejercicio valioso y todos los esfuerzos por contrarrestar la enfermedad macondiana del olvido serán bien recibidos, porque solo con aquella catarsis podremos atar nuestros demonios y volver a dormir con la certeza de que las pesadillas del ayer no vendrán en sueños a perturbarnos. Pero quizás el Congreso de la República no sea el lugar más indicado para llevar a cabo estas lecciones sobre el genoma patrio que en todos los casos pretenden encontrar culpables y verdugos, para ello están otros espacios más indicados y diseñados para ello, los Altos Tribunales por ejemplo, donde todo lo que se diga y se pruebe tiene inmediatamente una respuesta jurídica oportuna.
En estos momentos cuando los grandes grupos empresariales decidieron respaldar en masa el proyecto que se cuece en La Habana bajo el eslogan #SoyCapaz, el cual ha dado origen a los empaques blancos visualmente poco apetitosos para comida y otras iniciativas, lo menos que uno podría esperar es un poco de colaboración en materia de reconciliación por parte de nuestros legisladores y el espectáculo de la semana pasada en nada ayuda a este propósito. Este tipo de shows con tiroteo de rencores es taquillero, y que lo digan las mediciones de rating astronómico del Canal Institucional, pero quizás es poco sano para un pueblo que ha desayunado, almorzado y cenado violencia desde que tiene uso de razón.
En cambio agonizó septiembre y todavía el Capitolio parece no salir del encanto producto del estreno y el olor a nuevo de sus curules, pues poca actividad en materia de leyes se ha detectado en el horizonte. Esta legislatura todavía no cuenta con un proyecto bandera trascendental que pueda ondear orgullosa mientras trabaja en él, como en su momento lo fue la Ley de Víctimas, la fallida Reforma a la Salud o incluso la tormentosa Reforma a la Justicia que por fortuna el Consejo de Estado acabar de rematar. Todas las apuestas están puestas sobre la Reforma al Equilibrio de Poderes cuyos debates arrancan esta semana y que sin lugar a dudas dará mucho de qué hablar.
Ojalá que el Congreso pueda superar esta mala hora que le ha tocado vivir y vuelva a la senda de sus verdaderas funciones constitucionales de discutir leyes, para que no tengamos que decir que cuando todo el país decía que era capaz, sus legisladores no lo fueron.
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