El pasado domingo se llevaron a cabo las elecciones de Consejos de Juventud en todo el país. El balance es bastante agridulce sobre la participación juvenil en la democracia. De 12 millones de jóvenes habilitados para votar, solo un 10 %, equivalente a un 1.280.000, lo hicieron. De esos votos, el 23 % fueron nulos. Es decir, no supimos marcar bien un tarjetón.
Aunque la participación es bastante baja, hay que decir que también fue un poco mejor de lo proyectado. Algunos esperaban unos 50 mil votos en todo el país. Y en este caso la votación superó el millón de sufragios. Sin embargo, hay varias cosas por decir.
En primer lugar, el abstencionismo en Colombia no es cuestión atribuible solo a los jóvenes. En general, en las elecciones suele votar solo la mitad de la población habilitada para hacerlo. Grave. Muy grave los niveles de apatía al ejercicio del voto que tenemos en Colombia y en general respecto al sistema democrático.
Hay una sociedad “no politizada” que desconfía de todas las instituciones, que no cree en las elecciones y que obra bajo la lógica de “si voto igual no cambiará nada”. Entre 2008 y 2018 se incrementó de 51 % a 70 % la insatisfacción frente a las democracias, y en Colombia solo el 17 % está satisfecho con la democracia, según el Latinobarómetro 2021. Preocupante.
En segundo lugar, hay que reconocerlo, muchos jóvenes no votaron con el mismo ímpetu con el que salieron a marchar. Quizás hay que entender que allí entran muchos que salieron a marchar contra el sistema actual de cosas donde entra la democracia misma, el orden económico, el Estado y las instancias institucionales.
Acercar a esa población a los mecanismos de participación democrática es el reto que tenemos como sociedad. A los jóvenes que han clamado en las calles y redes sociales mejores oportunidades de vida y un país en paz hay que encantarlos con los espacios de participación institucional.
En tercer lugar, hay que darle mayor dignidad dentro del Estado colombiano a los consejeros de juventud. Debe haber mayor vinculatoriedad de sus recomendaciones en la agenda pública de las entidades. No puede volver a repetirse la desidia institucional que se vio en estas elecciones.
Ejercer un papel de verdadera incidencia desde los Consejos de Juventud es el principal reto que tienen los elegidos. En palabras castizas, demostrar que los Consejos sí sirven para algo y allí la voluntad institucional debe ser superior.
En cuarto lugar, es necesario mayores beneficios en materia de educación superior a quienes participan como candidatos e incluso a quienes votan, más allá de un descuento del 10 % en matrículas en educación pública. Los Consejeros de Juventud también deberían tener unos honorarios mínimos por su labor. Nadie está proponiendo que se convierta en un negocio, pero sí que tengan un mínimo de retribución por su trabajo. Eso también motivaría la participación.
En quinto lugar, no hay que pasar por alto que la mayor votación se la llevaron los partidos tradicionales. Parte porque son muy organizados, parte porque había muchos jóvenes de esos partidos que le metieron la ficha. Sin embargo, nuevamente jóvenes inconformes quedaron relegados. Y aquí la movilización social debe reflexionar y tener claro que es necesaria la estructura organizacional con vocación de poder. Los espacios que la democracia ofrece si no son ocupados por los jóvenes que claman cambios, serán ocupados por otros no tan inconformes.
Para terminar, el reto de los Consejos de Juventud no es solo de los jóvenes, es un reto del sistema democrático que impera en Colombia y que se mantiene bajo la sombra de la escasa participación ciudadana. Hay mucha pedagogía por hacer y mucho trabajo para que las personas recuperen la confianza en las instituciones.
Esto comenzará a cambiar el día que todos como ciudadanos veamos el ejercicio del derecho al voto, hacer control social y participar en la vida política de nuestra sociedad con la misma importancia que una ida al cine, un parche con los amigos o una salida con la pareja.
@IvanLozanoba