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Que lo diga Luchito el de Zaida

¿Villazón salió malo?

Por: JACOBO SOLANO CERCHIARO
Las malas lenguas decían que el CD de Iván Villazón venía malo, que aplazó el lanzamiento por deficiencias e imperfecciones; los eruditos auto denominados “folcloristas”, que no saben ni a donde están parados, se atrevían a colgarle la lapida. Sin embargo, escuchábamos a Orlandito Mejía, El Lobo Calderón, José Saade, Chechito Castro y Luchito el de Zaida, defendiendo – como buenos escuderos- a su cantante.
Los comentarios despectivos me generaban dudas, por conocer bien a estos iluminados, pero al escuchar el CD, comprobé, una vez más, que en nuestra región, la gente se muere más de envidia que de infarto. Admito que me emocioné al escuchar nuevamente un trabajo, con esa esencia vallenata que se está perdiendo en medio de tanto alboroto de la nueva ola, y que tiene a nuestro folclor envuelto en una crisis de identidad, gracias a propuestas inferiores que han lanzado al mercado artistas novatos, quienes se atreven a experimentar con algo que ya está inventado y no tiene tanta complicación, eso sí, para el que tiene talento.
La lección es también para los nuevos compositores, de los que se nutre la vena musical de la tierra, para que escuchen temas como Yuca con sal, de Beto Daza, que entre más simples, se oyen mejor, y si tienen una melodía parrandera con una letra ordenada, compuesta con el alma, armoniza aún más. No hay que creerse Pablo Neruda, ni plagiar otras melodías para crear una buena composición, así lo dejó plasmado el maestro Leandro Díaz, con sus Tres Guitarras, ratificando que el vallenato es poesía, inspiración y belleza.
La recopilación fue acertada: La lidia, es un tema pegajoso, y puede mantenerse hasta carnavales. La lluvia roja, del Chiche Maestre, es muy fiel a ese estilo romántico y soñador que arruga el corazón. Ella lo sabe, de Gustavo Gutiérrez, más nuestro, no puede ser, y es la evidencia de que al flaco de oro, lo que le sale del corazón, es éxito fijo; un merengue bien logrado por Iván Zuleta, que se portó a la altura, ejecutó el acordeón sin pases plagiados y sin tanta musaraña, para aportar su granito de arena al que se erige desde ya, como el disco del año.
Pero hay una canción que removió mi esencia hasta las lágrimas, porque se parece mucho a mi (hermano) “Nenón”, q.e.p.d., quien en los 80, también parrandeó en ese apartamento de la séptima con noventa, en Bogotá, pero por culpa de esos perversos asesinos, que algún día tendrán que rendirle cuentas a Dios, no lo pudo escuchar; se llama El tapete azul, de Fernando Dangond, un paseo autentico, sin tanto rebusque, ni temáticas inentendibles. El vallenato es cotidiano, es narrativa, en Bogotá o en Patillal, vivencias al son de la caja, la guacharaca y el acordeón.
Como todo no puede ser perfecto, me quedó un sabor amargo con tanto saludo para los palguaratos faranduleros de siempre que ensució la pasta, y con la canción de Romualdo Brito, quien dejó ver que, definitivamente, su fuerte no es el ritmo romántico, sino el alegre y rápido que nos presentó en Llegó tu marido, El Santo cachón y otros éxitos, con esa picardía que lo hace único. Sólo me queda felicitar a Villazón, que evidenció cuanto sabe de buen vallenato, ojalá siga dando lidia y continúe deleitándonos con trabajos de este talante, que nos llegan al alma.
cerchiaro21@hotmail.com

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