Esa mañana llegué por primera vez a su casa, toqué la puerta muy suavemente para no alarmarla; desde adentro se asomó y de golpe me reconoció, nos conocíamos por referencia. Me invitó a pasar, me sentó en una mecedora que terminó por ser testigo mudo de una larga conversación. Sentí me hablaba con el alma desenfundada, como esas personas amigas de Dios, que terminan por darle el mismo peso a todas las cargas; intuí que el dolor había transitado con ella en la vida, pero también me pude dar cuenta que les daba el mismo trato que a los aretes que llevaba puesto. Su memoria caminó por toda su vida, transitando por sus diferentes etapas de mujer bien criada; me habló de su primera viudez, de los amores entregados a un patillalero que sele dio por irse al cielo cuando creía ella que la felicidad era una obligación. Dentro de mí saqué unas cuentas cuyo resultado era el siguiente: estoy sentado frente a una de las mujeres más fuerte del mundo. Luego me habló de Víctor y la manera como ese cachaco sentado en ese escritorio de ese banco le robó la atención; sus ojos cambiaron de brillo, y la sonrisa se acentuó como entronándose en un rostro lleno de paz; minutos después llegó él sin alas ni arpa; era su ángel terráqueo, un ser dotado para hacerla feliz, era como una especie de acuarela para sus días grises, era el compañero de toda una vida, su todo. Hace pocos días supe que Víctor también se le había dado por irse para el cielo, me cuentan que asumió su papel con el mismo rigor con que salen los soldados para continuar la batalla, en el fondo ella sabe que su verdadera compañía no sabe morirse, ella tiene claro que el desierto lo ha atravesado bajo una nube sin tempestad. Que ejemplo eres, no te arrugas ante el dolor, eres digna de respeto y admiración, de modelo a seguir; vives en otra dimensión, por eso lo terrenal lo tomas como tal, has aprendido a vivir en el espíritu, estoy seguro que si las mujeres del mundo tuvieran una onza de lo que tienes otro fuera el precio. Tu corona será puesta el diga que se te dé por irte al cielo, porque de antemano tienes un cielo ganado, por ahora continua con tu tarea de hacer la voluntad de Dios con una sonrisa de oro. A personas de tu talante no les doy condolencias porque ya tienen quien los acompañe en su dolor (un Dios inmenso), solo te daría un abrazo del tamaño de mi admiración hacia ti; espérame por tu casa, allí estaré.
Por José Gregorio Guerrero