El mundo asiste a una etapa particular de su economía. Las noticias que se presentan día a día hacen difícil poder analizar la coyuntura, para tratar de entender y proyectar ¿qué puede pasar? Por algo dice el adagio que la economía es la ciencia lúgubre: pesimista en tiempos de escasez, pero también preocupante en tiempos de abundancia. No es un chiste.
Un día sube el petróleo y baja el dólar. Otro día, baja el petróleo y sube el dólar. Suben las tasas de interés y vienen las reacciones, etc. La globalización tiene cosas buenas y cosas malas. Entre estas últimas está la mayor volatilidad y el contagio entre los mercados. El mundo se convirtió en la “aldea global” de la que hablaba McLuhan, el teórico canadiense.
Pero fue Carlos Marx el que pronosticó la globalización y la interdependencia que hoy vemos en los mercados financieros.
Esta semana los principales indicadores de Wall Street, principal centro financiero y bursátil del capitalismo- bajaron, y así – sucesivamente- se sintió, también a la baja, en las principales bolsas de Europa y Asia. ¿Y esto qué es? Es el efecto contagio. ¿De qué magnitud y duración será el fenómeno? Esa es la pregunta del millón, como se dice popularmente. Hay quienes consideran que es solo una corrección temporal y -más temprano que tarde- los mercados se adaptarán a la nueva etapa.
Otros, por el contrario, consideran que es el fin de la fiesta y que vienen tiempos muy difíciles, aupados por los anuncios del presidente de Estados Unidos y su política proteccionista y sus mensajes erráticos.
Y lo que está pasando, tarde o temprano, se sentirá, por distintos medios, en la economía nacional. Bien lo explicaba, el economista Alan Greenspan, republicano y expresidente de la Reserva Federal (q.e.p.d.), en su libro “La Era de las turbulencias”.
Lo que está sucediendo tiene su sentido. En primer término, la autoridad monetaria de los Estados Unidos, la Reserva Federal, ha anunciado que se acaba la política expansionista y ahora manejará una política restrictiva, es decir va a subir sus tasas de interés, a pesar de las protestas del Presidente D. Trump, y eso repercute en todos los mercados financieros, incluyendo los de América Latina.
Cuando suben las tasas de interés en los Estados Unidos, buena parte de los capitales del mundo se van a ese país y suben las tasas de interés en la mayoría de los países. Cuando suben las tasas de interés, los papeles de los gobiernos se vuelven más atractivos que las acciones de las empresas y por ella la reacción en cadena. Inversionistas y comisionistas buscan adaptarse a las nuevas circunstancias.
América Latina, que depende – y mucho- del financiamiento internacional, verá subir el valor de sus préstamos. Ahí está el caso de Argentina, con una alta devaluación y tasas de interés superiores al 60 por ciento; la situación de Brasil y también de México, para no hablar de la caótica Venezuela, hoy un país inviable. Sin duda, es más difícil administrar una economía abierta, que una economía cerrada.
Colombia tiene una ventaja en coyunturas como la actual. Una tradición de buen manejo macroeconómico y de cumplir sagradamente los compromisos de su deuda externa. En el siglo pasado nunca nuestro país entró en mora, distinto a Argentina, Brasil y México. Pero, tiene que prepararse mejor para los tiempos que vienen. El aumento de los precios del petróleo no debe ser un distractor: se avecinan tiempos difíciles y es mejor tener prudencia en el manejo de las finanzas públicas y su política de endeudamiento. Esto también aplica para la empresa privada. Amanecerá y veremos, dijo el ciego.
Por Carlos Maestre Maya