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Pueblos, ropita, navidad y año nuevo

“Muchos dicen que buenas las navidades, es la época más linda de los años, pero hay otros que no quieren acordarse de la fiesta de año nuevo y aguinaldos…”.

Tuvieron Diomedes Diomedes y ‘Colacho’ el acierto de incluir la canción ‘Mensaje de navidad’ de la autoría de Rosendo Romero en el LP titulado ‘Para mi fanaticada’, que salió a la venta en el mes de diciembre de 1980, a la cual corresponde el aparte que antecede a propósito de estos días de navidad, nostalgia y justificadas evocaciones afectivas.

Mientras colocábamos las luces navideñas en la casa en Mongui recordaba muy especialmente la alegría de los muchachos de mi generación con el viaje que hacíamos a Riohacha o a Maicao para la compra de “la pinta” que luciríamos especialmente durante los días 25 y 31 de diciembre en los bailecitos que nos organizaban durante el día y las primas noches, precisamente porque ningún pelao amanecia bailando como ahora que saltan de la cuna a los bebederos, los bailaderos y comederos; el viaje a la capital peninsular era particularmente divertido, la ciudad quedaba lejísimo y en el bus de ‘Beto’ Socarras, en el cual nos transportábamos para llegar más temprano, también transportaban cabras, puercos, pieles para la venta y maíz de las cosechas del sector y a nadie incomodaba, por el contrario el viajecito era un caché porque no era cualquiera que viajaba a la ciudad.

También recordé cuando papá nos tomaba a cada uno la medida del pie con una cabuyita para traernos los zapatos de Bogotá, era infalible y me decía que en un papelito le dibujara como pudiera, allí comenzaba mi ansiedad por su regreso, cuya fecha me la marcaba en el Almanaque que siempre había colgado en una puerta de mi casa con publicidad de la “Farmacia del pueblo de Alberto Ricciulli Gómez Sucesores”, de tal modo que yo iba colocando una rayita sobre el día que iba transcurriendo y contando cuantos faltaban para su retorno y devanándome los sesos pensando de día y de noche además de zapatos que juguete extraño a mis ojos traería para el nene, a veces como dice Nando Marín en ‘Mis muchachitas’, quisiera devolver el tiempo, pero no se puede.

La gente con tal de lucir su mejor ropita durante esos días vendía una vaca, piscos, cerdos o gallinas de sus hatos y corrales para no despedir el año viejo de cualquier modo, y en los fogones nunca dormían los perros al medio día porque la presa nunca faltaba y todo el que llegaba podía comer, la alegría era colectiva y contagiosa, eran usuales las riñas de gallos para lo cual llegaban delegaciones de los pueblos circunvecinos, los picó poco se silenciaban mientras las horas de ese servicio las contaban con granos de maíz, era un número determinado de canciones, una por grano, y había gente que entretenía al picotero mientras algún cómplice devolvía granos de los discos sonados para los pendientes de colocar, así que eran a veces horas alargadas por puro ingenio pueblerino.

La llegada los veinticuatro de diciembre del Niño Jesús, el bus del tío Félix Fonseca era un acontecimiento memorable, la oportunidad que teníamos cada año de pasear en bus por los pueblos circunvecinos, en el apretados nos encarapitábamos y se confundía de la muchachada con la bulla el pito que el hacía sonar con el inconfundible olor al ACPM con lo cual aseaba el piso de madera y la carrocería antes de hacer su entrada triunfal al pueblo, ese era el tío de toda la gente de Mongui y sus parrandas siempre terminaban en carnaval porque estando en diciembre siempre usaba latas de “Polvo manta en el hombro” para echar en la cara de los parranderos y el mismo también se fumigaba.

Los bailes de muchachos los realizaban en los salones de Mitilia Rosado y el de Joaquin Muñiz, y no cobraban la entrada sino que la organizadora de la fiesta anotaba a los bailadores en un cuaderno y en cualquier momento interrumpían a quien estaba bailando para cobrarle, para proseguir era menester pagar mientras se paseaban por la pista personas que vendían chiclets y bolsas de chitos, desde luego eran productos exóticos que el pareja compraba para agasajar a la pareja, esa espontaneidad se perdió, los pagos ahora son con tarjeta, se acabaron las bailadas con radiola y ya las mujeres no esperan que uno las “galantee”, son ellas las que conquistan a uno, y se lo llevan, y en el camino nos vamos conociendo.

Obviamente, existen distintas maneras de vivir estos días, hay quienes se abruman de amarguras, en nuestro caso mi íntima convicción me pide escribir sobre vainas que le bajan la nota a los demás, pero se apodera de mi mente un caudal de recuerdos, y la nostalgia hace trochas en mi corazón, no tienen lugar en mi alma las cosas malas que pasan, solo hay un sitio especial en ella para añorar la bendición de mi padre y de mi madre al recibir el año nuevo, hoy me resigno visitando su última morada en esa fecha para reiterarles las gracias por su ejemplo y mis felices años y navidades vividas junto a ellos.

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Luis Eduardo Acosta Medina: