Cuando llega el mes de octubre se presagia que el año entra en su recta final. Como se dice popularmente, llegaron los “bre” y se acerca diciembre. Además del mes de los niños y de las brujas, es el mes de los Premios Nobel.
Vale la pena recordar el origen de estos Premios. Alfred Nobel, ingeniero y científico inventor de la dinamita, expresó en su testamento su voluntad para que parte de su riqueza, a través de una fundación, se entregara a estimular la investigación científica, la lucha por la paz y el reconocimiento a escritores y poetas, con el Premio de Literatura. Este fue un gesto de altruismo y –también- una manera de resarcir las consecuencias del mal uso de la dinamita, según su mismo inventor.
En efecto, este año, hace pocos días, la Fundación Nobel entregó los reconocimientos en las áreas de la Física: a los doctores Kip Thorne, Reiner Weiss y Barry Barish, por la detección y observación de ondas gravitacionales en el experimento Ligo; el de Química, a los doctores Jacques Debouchet, Joachim Frank y Richard Henderson, por desarrollar una técnica para fotografiar moléculas en plena acción, como si estuvieran congeladas en el tiempo. Y el de Medicina, también correspondió a un equipo de trabajo, Jeffrey Hall, Michael Rosbash y Michael Young, por sus investigaciones sobre el reloj biológico que regula los ciclos de sueño, vigilia y metabolismo, entre otros aspectos, en los seres vivos. El de literatura este año fue concedido a un novelista, Kazuo Ishiguro, de nacionalidad británica, pero de origen Japonés. Tiene 62 años, ha escritos varias novelas sicológicas, algunas de ellas llevadas al cine. La Academia volvió a premiar a un literato. El Nobel de Paz aún no ha sido concedido, es el último que se entrega.
Pero no existe el Premio Nobel de Economía. En el testamento de Alfred Nobel no se estableció ningún reconocimiento a la investigación en ciencias sociales, solo a las llamadas ciencias duras, ciencias básicas. Este premio lo otorga el Banco de Suecia, pero es financiado con recursos de esa institución. Este año fue otorgado al norteamericano Richard Thaler, por sus trabajos en la llamada economía del comportamiento, es decir la relación entre economía y sicología.
El profesor Thaler confirma con sus trabajos lo que ya han advertido muchos autores en las ciencias económicas: no es muy cierto el comportamiento racional del “homo económico”. Por el contrario, las emociones, la ambición, el egoísmo y el miedo influyen, y mucho, en las decisiones económicas de los individuos y las organizaciones.
No obstante, sería bueno que los señores del Banco de Suecia miraran también los trabajos que se hacen en otras partes del mundo, además de Europa y Estados Unidos. En América latina, para citar solo un ejemplo desde la creación de la Cepal- Comisión Económica para América Latina-, comenzando por el Maestro Prébisch, pero también muchas universidades del subcontinente y de otras partes del Tercer Mundo hacen investigación en ciencias económicas; individuos y organizaciones que ameritarían, también, un reconocimiento como este, que solo se ha entregado a académicos e investigadores de países desarrollados y a escuelas económicas tradicionalmente liberales y conservadoras. Negando los avances y postulados de otras orientaciones.
Docente universitario y analista económico.
Por Carlos Alberto Maestre Maya