Si no hubiera sido por el ofrecimiento millonario de recompensas, no se habrían logrado tantas capturas, encuentro de niños, golpes durísimos a la violencia y mucho más.
Fue necesaria, es necesaria la medida en momentos en que el país entero, con las excepciones de siempre, quiere que haya la limpieza de la patria para poder vivir tranquilos, para que ya se enjuguen las lágrimas de tantos que añoran a sus familiares que fueron víctimas del desenfreno de la injusticia.
En todos los tiempos han existidos las recompensas: por un trabajo bien hecho, por uno torcido, por encontrar a un desparecido, por entregar a un bandolero, lo más ilustrativo, hace unos años, fue el acervo de películas del Oeste, en donde se hicieron famosas las figuras de los caza-recompensas; también hacen uso de soplones los periodistas norteamericanos, siempre son personajes del bajo mundo a los que les pagan de sus bolsillos, no el medio para el que trabajan. Es famoso el caso de Watergate, que a la postre dio al traste con la presidencia de Richard Nixon, quien se vio precisado a renunciar en mil novecientos setenta y cuatro. Dos periodista: Carl Bernstein y Bob Woodward, quines antes de recibir toda la información del famoso “Garganta Profunda” ya fallecido, recibieron información de un soplón que los llevó al mayor se sus éxito periodísticos.
Sin embargo, en cualquier momento, la recompensa se vuelve un peligro, cuando los desalmados señalan a inocentes por el afán de hacerse con el dinero ofrecido; si el país no estuviera tan desquiciado moralmente, se esperaría que los delatores lo hicieran por convicción, por amor a la patria, a la paz. Sé que esto suena a ingenuidad, y sí, es ingenuo pensar así en un país tan revuelto en todos los aspectos y acostumbrado al dinero fácil, por cualquier delito se ofrece una recompensa: si se asalta un bus, como hace unos días en la capital, si se vuela un conductor borracho, y por más, pareciera que haya pereza por investigar.
Es cuestión de educación: desde hace mucho tiempo existe la costumbre de pagarle al niño que devuelve una billetera llena de dinero que se encuentra; de exaltar a un soldado que no recibió un soborno, al taxista que devuelve un maletín con dinero, olvidado en su carro, son sencillos actos de honradez la que por mandato divino, humano y de casa se debe ejercer como principio invalorable.
Es importante que no nos olvidemos de que la generación que viene comenzando su transitar por este país debe obrar por convicción. Es la dura, pero dignificante, tarea de los padres: no premiar al niño por actos que son obligatorios dentro de los principios morales básicos; no negociar el buen comportamiento; enseñarlos a caminar derecho, por todo el centro de la vida y a tomar las decisiones adecuadas.