La prensa nacional registra esta semana la partida de Guillermo Perry, exministro y economista y la de Javier Darío Restrepo, una especie de conciencia ética del periodismo latinoamericano. De Perry leí sus temas económicos, incomprendida como ciencia fluctuante para quienes no manejamos dinero, ni acciones en las grandes empresas.
Los periodistas manejamos noticias y muchas ilusiones, nos da igual si el dólar sube o baja, aunque nos afecte sin saberlo. Recuerdo la anécdota del cucarrón, que según los expertos en aerodinámica no puede volar porque su peso lo impide, sus patas muy cortas, y sus alas delgadas, sin embargo él no lo sabe y por eso vuela, afirman los entomólogos.
Estamos acostumbrados a olvidar, el olvido está en nuestros genes, en eso nos distanciamos de los elefantes cuya memoria es fantástica según zoólogos y etólogos.
Hoy recordamos a dos caballeros del periodismo provinciano en estos tiempos de facilismo, mercantilismo y tecnología. Santiago Calderón y Carlos Alberto Atehortúa. El primero amante de las letras y conservador de oficio, el segundo dueño y aleador de la palabra, con su dicción conquistó oyentes, amores y amigos, lo que hoy llaman verbomotor.
Con Calderón aprendí a leer los clásicos del oficio, cronistas y biografías del país nacional, su temperamento fuerte, incluso sectario, a veces excluyente, no quitan para nada su inmensa sabiduría en todos los temas, hombre elegante en el vestir, selecto en músicas latinoamericanas, experto en boleros, llanero y bambucos, poco iglesiero, amante de mujeres de todas las tallas, colores y lugares.
Santiago no era de medias tintas, fue frentero y valiente a toda prueba, casi que odiaba a los mediocres y a los analfabetas que según ellos sabían leer y escribir. Era hombre de libros, tragos y cigarrillos. La vida lo premió a su antojo, pero el olvido parece haberle ganado la batalla, al menos entre colegas y alumnos de los cuales me incluyo. Con Armando Hinojosa, nuestro querido “piloto”, hizo lo que pudo para continuar en este oficio que ya no sabemos si es profesión, comedia o mercancía.
Carlos Alberto por su parte fue un comunicador nato, llegó justo al nacimiento del departamento del Cesar, su firma aparece en las actas fundacionales, vino dejando sin concluir estudios de derecho, ya que las aguas del Guatapurí, donde echaron más tarde sus cenizas, así lo dispusieron.
Valledupar era una provincia con ganas de ser pueblo; entonces, curas, brujos, políticos, compadres, loteros, matronas y señoritas estrenado sonrisas fueron su patio. Ahí con la gente de entonces pasó su vida feliz y muchas veces desencantado por los temas y principios que adoró y defendió, y atacó causas politiqueras por caprichos de sus compañeros liberales, que luego fueron sus contrarios.
Amigo de Pepe Castro y Escalona, de Consuelo Araújo, Aníbal Martínez, Gustavo Gutiérrez y Wicho Sánchez, del taxista y el lotero de Cinco Esquinas y del médico Maya, Pupo, o Aguancha. Fue un conversador nato, un lector proverbial, con un agudo sentido de lo común y experto en lo corriente.
Conversar con Atehortúa era un rato maravilloso, inigualable en compañía de unos aguardientes en día lluvioso. Los cuentos de Patillal los conocía al dedillo, igual los compadres y las mujeres de Pepe. Dos maestros del periodismo local que las generaciones olvidamos sin excusa. Que el cielo se encargue de ellos, el otro cielo ya se encargará de nosotros otra vez.