Éramos muy niños mi hermano y yo. La alegría inundaba la casita, mi madre era la artífice de que el día se presentara distinto: nos arregló y nos habló largo rato de una virgen que se apareció a tres pastorcitos y que era la Madre de la Paz. Llegaba a Manaure la primera imagen de María, bajo la advocación de la Virgen de Fátima.
La programación fue extensa, para nuestros pocos años era fuera de serie.
La iglesia, que era una casa adaptada como tal, estaba repleta de flores, de esas rosas fresca e incontaminadas del Manaure de entonces y el altar esperaba a la que iba a ser la patrona del pueblo, después cambiada por la virgen del Carmen, cuando Manaure se llenó de norte santandereanos.
En ese panorama había algo que llenaba de esperanza: La Virgen de la Paz, iba a calmar las rencillas y muertes que quedaban como rezagos de la violencia política. Recuerdo con mucha claridad haber visto a mi madre animando a la multitud con consignas como: “Reina de la Paz, bienvenida, bendice a este pueblo y a la patria” y otros por allá “Dadnos la paz, Dadnos la paz”. Las mujeres tenían velillos o mantillas en la cabeza y la mayoría vestía de blanco.
Más tarde, cuando estuve en un internado de monjas, se rezaba todos los días el Rosario por la Paz de Colombia; me intrigaba ese afán por la paz, aunque en Manaure esa desconocida, no aparecía las veces que nos encerramos en la casita llenos de miedos por los constantes tiroteos en las calles.
Después supe lo que era la guerra: en mi trabajo como periodista vi la sangre derramada en el suelo colombiano, sangre que no cesa de abonar una tierra saturada de dolor, vi explotar bombas y dar al traste con vidas, muchas vidas; en esta región vi y sentí la virulencia de los asesinatos y los secuestros en fin, una historia que el Cesar y Colombia entera no deben olvidar. para repudiarla constantemente.
Ahora, entre bombazos que siguen dándose, secuestros que ya comenzaron de nuevo, quema de carros, retenes ilegales, atracos de la delincuencia común, todo eso que no se ha acabado, solo que estaba adormecido, se está dialogando, se está en un proceso que hasta ahora no sabemos cuál va a ser el resultado; con aquella fe de niños cuando llegó la virgen y no sabíamos por qué era tan importante la paz, rogamos que resulte.
Ha sido un proceso muy largo, desde la niñez hasta ahora cuando ya pisamos el otoño. Toda una vida sin gozar de una paz verdadera, toda una vida ofreciendo el Rosario por la paz, toda una vida de temores, dolores y con una inasible esperanza.
Esperemos que los diálogos den resultado y que el país pueda disfrutar de tranquilidad, porque esto va muy largo, largo, largo. Lástima que entre hermanos nos hayamos enredado tanto, que la guerra nos sea más fácil que la paz.
El punto final me lo dijo alguien: ‘La paz es un don que no se debe pactar, si yo tengo paz y tú la tienes, ¿para qué pactos?’