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Primeras Damas

MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

Ahora cuando las campañas políticas invaden el entorno  entre alianzas, promesas y propagandas en preparación para la justa electoral de octubre, surge la inquietud por conocer quiénes serán las compañeras de jornada de los que aspiran o quién, durante cuatro años, será la escudera glamorosa, tierna y colaboradora del que salga elegido.
Las primeras damas siempre han causado curiosidad en cualquier parte del mundo, algunas por involucrarse tanto en el gobierno que se convierten en el poder detrás del trono; otras, por comprometidas con algunas causas sociales; muchas por adornar y mostrar la cara amable del gobierno y un gran número por pasar sin pena ni gloria, ya sea por abulia o por una discreción tan grande que se anulan.
El título de Primera Dama es fino, suena a elegancia, a elogio para la mujer, sí, a la mujer de antes y a la súper moderna de ahora. No se sabe por qué en nuestra tierra se avergonzaron del título y lo cambiaron por el horroroso Primera Gestora, quizá por un feminismo mal entendido, ese que lleva a pensar en que dama es una palabra débil, que rebaja en importancia a la mujer ante el hombre. No se dio cuenta la de la idea del cambio de título que, además de sonar tan feo, la comprometía tanto al asumir el papel de administradora o de procuradora o de gerente y más sinónimos de gestora, que ninguna, en los últimos años, ha logrado desempeñar con eficiencia.
En el ámbito internacional se han destacado Primeras Damas inolvidables, sería prolijo enumerarlas, pero resaltan algunas: Eleanor Roosevelt, escritora, diplomática, activista por los Derechos Humanos y feminista. Esposa del Presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, considerada una de las líderes más influyentes del siglo XX. Participó en la formación de instituciones como las Naciones Unidas y la Casa de la Libertad. Presidió el Comité de Derechos Humanos de la ONU y su papel fue clave en la aprobación en 1948 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El presidente Truman se refirió a ella como la Primera Dama del Mundo en honor a sus extensos viajes para promover los Derechos Humanos.
Jackeline Kennedy, periodista culta,  llevó la elegancia y la nota fresca a la Casa Blanca, mostró una recia actitud ante el asesinato de su marido y aunque llenó páginas de la prensa rosa, es indiscutible su paso firme por la historia.
En el país hay nombres de damas que fueron determinantes en grande momentos de Colombia: Lorencita Villegas de Santos, Berta Hernández de Ospina y muchas más que el poco espacio no me permite nombrar.
En Valledupar se hicieron inolvidables Rosita Dávila de Cuello, su nombre suena a interés por los necesitados, ancianos o niños; Leonor Baute de Araujo, pionera en los programas de rehabilitación física de los niños con discapacidades.
Todas fueron Primeras Damas, y lo hicieron bien, sin miedo a parecer débiles sino que sabían que su condición de mujer no estaba reñida con la fortaleza, comprendieron que la mujer no iba a estar siempre detrás de un gran hombre, no, ya era la hora de ponerse a su lado y tomarse de las manos para juntos emprender la tarea de reconstruir el mundo: los principios morales, la juventud desorientada, las madres llenas de hijos allá, en casuchas detrás del pavimento; la dignidad de la mujer; en fin, la reconstrucción de los esquemas de una sociedad que no puede seguir enferma.
El título de Primera Gestora, quizás buscó bajarle a la notoriedad, pero no logró el interés por comprometerse con su región, mientras que en el mundo sigue la figura de la Primera Dama, aquí se le cambió el nombre ¿para hacer una mejor labor? y ¿dónde está?, lo importante es que ahora, la que llegue, con el título que quiera, haga algo y demuestre que la mujer ha sido, es y será capaz de grandes realizaciones.

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