Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Como si ya no fuera poco el asfixiante calor que por estos días nos azota y desespera, ahora se nos ha sumado un preocupante clima de violencia indiscriminada y selectiva, de la cual no se escapa ni el más encopetado de los mortales.
Sinceramente, me causa cierto temor escuchar radio, leer la prensa o ver televisión, ya que por lo regular, todos los medios están plagados y alimentados de crónicas de sangre y violencia; y no sólo hablamos de muertes violentas y masacres, sino que para colmo de males, a ello se suma la violencia intrafamiliar, el maltrato infantil, el abuso sexual, los desalojos violentos, etc. Y pare de contar.
¿Qué nos pasa?… recuerdo que hace años repetía constantemente un cómico mexicano en un programa de humor de basta audiencia. Qué nos está pasando?, Dónde quedó el derecho a La Vida?, repito yo, y el común de los ciudadanos de bien que enfrentamos impotentes la cotidianidad de nuestra efímera existencia, y que por la necesidad de trabajar y sostener a nuestras familias, nos vemos en la imperiosa necesidad de salir a las calles, cuando internamente nos anima el íntimo deseo de permanecer resguardados como en una simbólica “casa por cárcel”, para poder preservar la poca o mucha vida que nos queda.
Y pensar que sólo nos arriesgamos a esa peligrosa aventura diaria, armados del salmo 23 y 91; mientras los violentos andan como Pedro por su casa, armados hasta los dientes, dientes a los cuales ya ni se les siente el rechinar porque están protegidos de silenciadores.
Soy acérrimo y declarado enemigo de la violencia, pero de verdad que razón le asiste de nuevo al excelente alcalde de Barranquilla, el joven empresario Alejandro Char, cuando se opone al desarme de los ciudadanos, porque ello sólo trae como (quién lo creyera) lógica consecuencia, que los ciudadanos de bien quedemos inermes, mientras los “malos” siguen y se apertrechan más y más.
Oh violencia… maldita violencia… porqué no permites que reine La Paz… que reine El Amor… rezan los versos lastimeros de la hermosa e inolvidable composición del ilustre y prolijo compositor banqueño, el maestro José Benito Barros.
De tal magnitud es el clima de violencia que estamos viviendo, que paradójicamente, y como si el negocio del asesinato fuera nuestro, ahora nos toca invariablemente observar algunas precauciones fundamentales. Tan cierto es ello, que debemos evitar, si es que nos atrevemos a hacerlo, asistir a un restaurante y colocarnos de espaldas a la puerta; o abordar un taxi sin conocer o reparar al conductor; o abrir nosotros mismos la puerta de la casa la escuchar el timbre; o hablar en una cabina o gabinete (SAI) de teléfonos al aire libre, por más de tres minutos…
Lastimosamente, y tal como a menudo sucedía en las épocas de Dillinger, Al Capone, etc, un hombre delgado, con sombrero negro de fieltro echado sobre los ojos (ahora es una gorra o un casco grande de motociclista), entraban o llegaban llevando en estuche de violín, luego, calmadamente, colocaban el estuche sobre el mostrador, lo abrían, sacaban una ametralladora (ahora, regularmente es una pistola nueve milímetros con silenciador) caminaban dos pasos hacia la víctima y lo bañaban de plomo. Cuál es la diferencia de aquella época con la actual que vivimos?… y luego, tal como ahora, el hombre delgado y bajo, todavía sin prisa, ponía la ametralladora nuevamente en el estuche de violín, lo colocaba bajo su brazo, y salía o se alejaba despreocupadamente del lugar. Ahora, al igual que antes, aún sin guardar la pistola y con el silenciador aun humeante, y también sin prisa, se asegura de haber sido certero y se dirige a la moto de alto cilindraje que lo espera con su conductor de confianza.
P.D. Jairo Sánchez, amigo, contertulio, tú no te merecías ese trato; descansa en paz, que más adelante nos tomaremos las cervezas que el jueves pasado quedamos pendientes con nuestro viejo y querido amigo Jesús (Chucho) Gutiérrez.