Esta es la pregunta del millón, ¿qué ha pasado con Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Don Toba, ¿el maestro de maestros y el Patriarca de la música vallenata, que los entes gubernamentales y culturales lo han olvidado por completo?
En Valledupar, su tierra natal, no cuenta con una escultura o con una moneda. Y como para ponerle la cereza al pastel, el nuevo museo que se encuentra en construcción en la capital del Cesar, “El salón de la fama de la música del acordeón” o como también se le conoce como “El palo de mango”, sus salas de exposición, prácticamente se encuentran distribuidas. Pero la de Tobías Enrique Pumarejo, según nos hemos enterado, no hace parte de su inventario. Así como tampoco, hasta el momento, su escultura, no ha sido contemplada en el museo de cera.
Es como si el maestro de maestros, Tobías Pumarejo, no existiera, o lo que podría ser peor, que las nuevas generaciones de historiadores, no contaran con el conocimiento de sus grandes aportes a la música vallenata.
En cuanto a monedas y esculturas, todas muy merecidas por la trayectoria de los nuevos exponentes del género vallenato, y en las que se encuentran un número menor de compositores e intérpretes de vieja data, florecen en muchos lugares de privilegio de Valledupar, y en algunas poblaciones del Cesar. Pero, las de Pumarejo, brillan por su ausencia.
Solo en Patillal, donde vivió en su juventud, y le dedicó, entre otras composiciones, “Muchacha patillalera”, cuenta con una moneda.
Es como si desconocieran que Pumarejo es el creador del vallenato romántico lírico, y que fue el primer compositor desligado de los instrumentos, o que hizo parte con Rafael Escalona y Gustavo Gutiérrez, del jurado del primer Festival de la Leyenda Vallenata.
También parece que han olvidado que Pumarejo es el compositor de las canciones más relevantes de nuestro folclor. Entre ellas, el himno navideño “La víspera de año nuevo”, “Callate corazón”, “Mírame fijamente”, “Las sábanas del Diluvio”, “Los tres Hermanos”, “Muchacha patillalera”, “Ojos penetrantes”, ‘El Alazanito’, y “La Mariposa”. Y como que también desconocen, que estas dos últimas canciones, creadas en 1937, fueron las dos primeras composiciones que abrieron el camino al realismo mágico de nuestro folclor, treinta años antes de la publicación de “Cien años de soledad”, y no, como lo afirman varios historiadores e intérpretes connotados de nuestra música reciente, que consideran que “La casa en el aire”, 1952, del maestro Rafael Escalona, fue la canción que le abrió el sendero a este nuevo género. Nada más alejado de la realidad.
¿Y qué dicen los compositores e historiadores más connotados del vallenato que conocieron a Tobías Enrique Pumarejo? Rafael Escalona en múltiples oportunidades dijo que Tobías Enrique fue su maestro. Lo que ratificó en la canción “Consuelo”: “Me dijo Tobías Enrique/
mi maestro que tanto quiero/ cuando usted tenga un consuelo/ ¡Ay! no deje que se lo quiten”.
Leandro Díaz, que también lo tuvo como una de sus influencias, esto decía: “El genio de Don Toba como compositor, surgió del amor, de ese amor que emana ingenuamente de una piel tersa, de unos ojos ensoñadores y hasta criminales, de esas morenas tiernas de cuerpos contorneados, que en plena flor de su vida tanto lo emocionaban”.
Y de Gustavo Gutiérrez, este es su concepto: “En el vallenato lírico romántico, Tobías Enrique Pumarejo, después yo, y los restantes líricos románticos de nuestro folclor”.
Y en una ocasión reunido con Tomás Darío Gutiérrez, Julio Oñate Martínez y José Arrieta, grandes conocedores de nuestra música raizal, llegaron a la conclusión que el mejor compositor de nuestro cancionero vallenato es Tobías Pumarejo, siguiéndoles en su orden, Rafael Escalona y Leandro Díaz. Y en cuanto a merengues eligieron en primer lugar a “Mírame fijamente” de Don Toba, en segundo lugar a “Honda herida” de Rafael Escalona, y en el tercer puesto “El viejo Migue” de Adolfo Pacheco.
Y para redondear la apreciación que Gustavo Gutiérrez, guarda de la producción musical de su maestro, o de su primo carnal, tal como lo refiere en una de sus más bellas composiciones, “Recordando a Toba”, esto es lo que al respecto expresa: “Que tres de sus versos los tiene como prototipo de poesía hermosa y de arte mayor, y que han sido su guía en la construcción poética lírica de sus composiciones”.
De la Cita: “/Yo la acarició y me corresponde/ me corresponde con desespero//”.
De “Callate corazón”: “/Cuando pases por el puente no bebas agua del río/ ni dejes amor pendiente/ como dejaste el mío//”.
Y También de “Callate corazón”: “Yo tiré una flor al viento/ y el viento se la llevó/ amor con odio se paga/ como a mí me sucedió//”
Y Juan Gossaín refiriéndose a “La víspera de Año Nuevo”, en la columna, “¡Ay Hombe!”, publicada en la revista Semana del 7 diciembre de 1993, le dio un “regaño” monumental a su colega y amigo Daniel Samper Pizano.
El “regaño” se debió por haber dejado por fuera de su “vallenoteca básica”, a “La víspera de Año Nuevo”.
“… Por todos los santos, ¿dónde se le extravió a Samper el vallenato más famoso, más bello, más cantado, repetido, radiodifundido, tatareado, silbado de la historia de Colombia?… /La víspera de año nuevo/ estando la noche serena//, su autor, don Tobías Pumarejo, el gran don “Toba” … Lo que pasa es que Samper debe imaginar, como ocurre con todo el que aprende teorías por correspondencia, sin tomarse una cerveza helada a pico de botella en las cantinas de San Diego, que “La víspera de Año Nuevo” no es un vallenato original, y que su autor es Guillermo Buitrago, porque él grabó ese disco con cierto regusto de porro que todavía se oye en las fiestas de diciembre”.
Y podríamos llenar paginas tras páginas, sobre el concepto que guardan sus contemporáneos, sobre esta gran figura de nuestro folclor…
Don Toba ese gran enamorado de la vida, de las parrandas interminables, de la naturaleza, de los animales, y en especial, de las mujeres a las que amó con devoción y sin distinto de clases, y a las que le dedicó sus más bellas composiciones, no se entiende las razones de ese olvido, y el porqué se ha convertido en el gran desterrado del folclor que tanto amó y engrandeció dedicándole los mejores momentos de su vida.
Este olvido es imperdonable, y desde estas páginas de EL PILÓN lanzamos un SOS para su rescate. Y que de nuevo pueda adquirir como compositor y creador de las canciones más bellas de nuestro cancionero vallenato, el estatus de privilegio que a bien se merece.
Así que esperamos que, en combinación con los entes gubernamentales y culturales de Valledupar, corrijan este descuido inexcusable, colocando su figura, para en primer plano, engalanar los monumentos dedicados a nuestros juglares más relevantes, incluida su escultura en el museo de cera y una sala preponderante en “El museo de la fama de Valledupar’… ¡Que así sea!
Por: Ricardo López Solano