En sus columnas del lunes pasado, Mary Daza Orozco relata cómo fue engañada por una paisana apócrifa para robarle parte de su dinero y Jacobo Solano C., pregunta ¿A qué horas Colombia se convirtió en un país de avivatos?
La verdad es que la falsa coterránea de Mary Daza, conforma el conglomerado de los timadores que pululan en Colombia, país donde el común de las gentes le saca provecho a lo que cualquiera menos se imagina y, por esto, los colombianos estamos como estamos.
Esto siempre ha sido así, y se va incrementado con el aumento de la población, porque los seres humanos siempre queremos vivir en la mejor forma posible y esto es normal, lo anómalo o irregular es que no se respeten los derechos de los demás y se ignoren los valores morales y el ordenamiento jurídico establecido con tal de lograr mejores condiciones de vida.
Siguiendo este orden de ideas, podríamos decir que todo lo que hace un ser humano conlleva un interés, que según lo ha determinado la sociedad puede ser bueno o malo, condiciones que han sido aceptadas universalmente, y a las violaciones de lo conveniente a las comunidades y a las complicidades con lo perjudicial se les han dispuestos condenas acordes con las infracciones cometidas.
Si bien es cierto que el dinero nos depara bienestar, no deberíamos desconocer que a muchos codiciosos les ha traído más calamidades que felicidades y tranquilidad. Ejemplos abundan por doquier, cuya lista de los condenados por corrupción no cabría en este espacio; sin embargo, no todos pagan con cárcel porque lo que roban les alcanza y les sobra para comprar jueces y otras autoridades.
En Colombia, casi todo es paradójico, la política, la prestación de los servicios de salud, la distribución de los servicios domiciliarios y la educación que son derechos sociales, los han convertidos en los negocios más rentables.
No en vano se invierten enormes sumas de dinero para ser elegidos en los grandes cargos públicos, desde la Presidencia de la República hasta concejal del municipio más pobre del país, cuyo erario usurpan sin ninguna compasión, el alcalde, contralor, personero y otras “dignidades” municipales, ya que dejan morir de desnutrición a los niños menesterosos, mientras los hijos de los funcionarios corruptos gozan de excentricidades.