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¿Por qué escribimos?

¿Quién no desea cambiar muchas veces la realidad en la que vive, a menudo caótica e incomprensible y hasta injusta como creemos? Todos de alguna forma soñamos y fantaseamos creando nuestra propia historia, por supuesto, favorable. Nos apasiona escucharlas pero más nos apasiona escribir las nuestras.

Necesitamos escuchar historias para construir las nuestras, en donde no exista el cansancio, las preocupaciones o las tristezas, la amargura, los malestares, las enfermedades y los miedos que viven en aquellos que las cuentan. Ahí es donde uno hace un comparativo de nuestra realidad con las otras. Muchos tenemos la voluntad de comprender al mundo y al mismo hombre en todas sus facetas, vicisitudes y desilusiones, pero nos olvidamos la mayor parte de nuestro tiempo al menos intentar comprendernos a nosotros mismos.

A propósito del tema, me topé con un escritor que expresa que una de sus motivaciones para escribir es el deseo de renunciar voluntariamente a todo lo que lo protege del otro, ese deseo de apartar el casi siempre imperceptible muro que lo separa del otro, del individuo hacia el que siente un esencial y profundo interés. La voluntad de exponerse sin defensa alguna como hombre ante el otro, ante su interioridad más elemental, no alterada, primigenia; lo que comparto plenamente.

¿Por qué escribo? Quizás porque para mí la escritura es un acto de protesta, una revolución contra el miedo que sentimos hacia lo que ocurre realmente en el interior del otro. Nos da miedo ese núcleo misterioso, el que no podemos domesticar socialmente, que no permite ningún refinamiento, tacto o cortesía; reprochamos la deshonestidad pero nos aterra la honestidad, principalmente la nuestra; le tememos a nuestra crueldad, a nuestra demencia, para bien o para mal.

Creo que escribimos contra la tentación de atrincherarnos dentro de nosotros mismos, de alzar una barrera casi invisible, amistosa y cortés, pero que sea eficaz, entre los demás y nosotros, entre los demás y yo, en el fondo, entre yo y yo mismo, como dice el escritor. Tal vez, el primer impulso que nos motiva a escribir es la voluntad de inventar y contar historias, de conocernos. Pero cuanto más escribimos más sentimos la necesidad de conocer a los demás desde su interior, asomamos nuestra voluntad de sobreponernos al miedo que mencioné e intentamos sentir de verdad qué puede significar ser otro, de conseguir percibir la fibra de ese fuego que arde en el interior de los demás.

Debemos escribir porque cuando intentamos crear nuestra propia realidad podemos divisar los lugares que son difíciles de ver y que raramente conocemos de las otras personas. Esos lugares donde se nos muestra el centro de su realidad, en donde el alma de todo ser, se concretan sus sueños, sus pesadillas, sus fantasmas, sus temores, sus deseos y el resto de cosas que nos hacen ser humanos.

Escribamos nuestra propia novela, seamos responsables de los personajes que creamos. Nadie, absolutamente nadie, se brindará a escribirla para nosotros. Nadie les dará vida como nosotros la imaginamos. Vivimos en una realidad que aunque no nos guste debemos enfrentarla pero podemos igual como el escritor modificarla si así nos lo proponemos. E igual como dice un ensayista que leí recién, si alguna cosa me gustaría esperar que los políticos y nuestros dirigentes aprendieran de la literatura, sería esa entrega a las situaciones y a las personas que son prisioneras de ellas, pues ellos tienen la no despreciable responsabilidad de haber creado esa trampa y de la difícil situación de los que en ella están atrapados. Y si no están prestos a entregarse realmente, nosotros debemos por lo menos, exigirles que escuchen porque solo ellos pueden ayudar a resucitar al hombre que está dentro de la armadura, porque no pueden negar que detrás de la armadura del terror, de la indiferencia, del odio y de la limitación del alma; detrás de todo lo que se ha extinguido en cada uno de nosotros durante estos difíciles años, hay un hombre.

¿Por qué escribimos? Porque así nos liberamos de nuestros temores y recordamos cada día que somos humanos y que nos estamos deshumanizando en un proceso del cual no nos damos cuenta muchas veces.    

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Jairo Mejía Cuello: