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¿Por qué el diablo ya no sale?

De los recuerdos fascinantes de mi niñez, que dicho sea de paso no hace mucho tiempo, las vacaciones de fin de año son quizá lo que más añoro porque era la época en que llegaban mis hermanos mayores y mis primos de vacaciones cuando estudiaban en la nevera (término para referirse a la capital) y era plan obligado irse a la finca a recolectar algodón y con lo que les pagara mi papá cuadraban el semestre, porque eso sí, el viejo Eloy solo consideraba visita a los que se quedaban menos de dos días ya que después del tercero debían ganarse la comida, eso decía él.

Después que se apagaba la planta eléctrica que era sobre la medianoche, se armaba una tertulia entre los trabajadores de mayor edad, por supuesto mi papá y uno que otro vecino de finca que se quedaba hasta esa hora y empezaban las historias de brujas, aparatos, pactos con el diablo y por supuesto a quien y cuantas veces había experimentado encuentros cercanos con el hombre de trinche que para la época eran acontecimientos tan arraigados en la cultura popular que no solo se consideraban creíbles sino que era seguro que en algún momento cualquier persona se toparía con algunas de estas apariciones.

De las que más recuerdo tengo dos historias que por falta de espacio no podré contar, pero hay una en particular que de no ser porque quien la vivió fue mi papá no le daría credibilidad alguna porque además coincidía con historias de personas que habían narrado los mismos acontecimientos.

Una de las fincas estaba al lado del pueblo y curiosamente el cementerio quedó dentro de los potreros por lo que desde la casa se podía ver hacia el camposanto algunas veces iluminado por las veladoras que los deudos prendían a sus difuntos haciendo el paisaje en las noches bastante lúgubre y fantasmagórico; en una ocasión, mientras esperaba a las afueras de la casa estacionado en la carretera que daba hacia el panteón y con las luces del carro alumbrando hacia este, vio desde lejos a una mujer que venía desde el camposanto hacia el pueblo, hasta ahí, nada extraño porque podría tratarse de cualquier persona que coincidencialmente pasaba por ahí, sin embargo, a medida que se acercaba y alumbrada por los reflectores del carro notó que aquella extraña mujer tenía unas características que no eran de este mundo. Por ejemplo, la indumentaria que vestía era la de los Vikingos y cuando estuvo lo suficientemente cerca notó que prácticamente levitaba sobre la carretera, cuando pasó justo a su lado y volteó, la extraña mujer había desaparecido.

A esta historia se suma la de un enorme perro negro que le salió cuando iba entre Caracolí y Los Venados a lomo de mula, o la vez que una bruja se paseaba por el techo de la casa y que alcanzaron a apalear entre los que a esa hora dormían en la finca, y por supuesto, la más extraordinaria, fue la de unos demonios llamados “los monitos” que azotaron la finca a piedras durante una semana, ésta última fue conocida por toda la región porque muchos incrédulos viajaron incluso de otros pueblos exclusivamente a presenciar esta demoníaca aparición del señor de las sombras y todas aquellas que nunca se registraron y que terminaron convertidas en leyendas populares y con ello sepultadas para siempre; pero ¿por qué desaparecieron las historias de apariciones del diablo y de brujas y fantasmas? ¿Será que el diablo descubrió que hay gente más mala que él? 

Tal vez ya no salga en los caminos o en los cementerios, y los pactos no los hagan en el pico de un cerro solitario, inclusive creo que la figura que teníamos creada alrededor del señor de las sombras haya migrado en todas sus formas; pero algo me llama poderosamente la atención, nunca escuché que el diablo hubiese matado a alguien, no se supo de nadie que haya muerto por causa directa de una visita suya, lo que me lleva a la teoría que ese diablo de mi niñez fue víctima de extorsión, amenazas o incluso le enviaron sicarios para matarlo y robarle su fortuna.

Si alguien quiere saber de maldad solo debe ver lo que Netanyahu le está haciendo al pueblo palestino, ni el mismo demonio se hubiese atrevido a tanto.

Por: Eloy Gutiérrez Anaya

Categories: Columnista
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