El país vive en sobresaltos y el presidente de la República contribuye a ello con su audacia, estilo controversial y parlamentario y su afán de mantener la iniciativa política y liderar la agenda. Petro se comporta más como político en campaña y menos como gobernante. Incluso ya piensa en lo que vendrá al final de su mandato: las elecciones de 2026. Eso tiene su costo pues el país está convulsionado y por ponerle más gasolina se puede ir de bruces.
Convulsionado por hechos de la complejidad nacional y regional y por factores ‘reales’ de poder. Institucionales y no institucionales. Los primeros honran a la democracia -como las posiciones del Congreso y de las Cortes- pero incomodan al poder ejecutivo, que las percibe como amenaza a sus reformas; y los segundos también, pues son la violencia y sus generadores de permanentes amenazas, tales el narcotráfico y la minería ilegal; y la corrupción que carcome la acción del Estado y suele afectarla tanto, como en La Guajira, que no pocas contrariedades le produce al señor Presidente.
La última manifestación de esa inestabilidad y riesgo se presentó ayer en el suroccidente con la agresión de la disidencia de las FARC que, según lo reconoció el presidente, y lo repetía la oposición a su gobierno, ha venido aprovechando el cese al fuego con el fin de fortalecerse, reclutar menores y hostigar a la población civil. Esta vez fue contra indígenas del Cauca, que provocó la muerte de una importante lideresa. Como si faltara poco en el tortuoso camino de La Paz total.
Pero el hecho de más estridencia, que rebasó cualquier expectativa, fue el de la mención de una eventual convocatoria a constituir una Asamblea Nacional Constituyente. A pesar de que el presidente en las elecciones de 2018 y 2022 se había comprometido a no convocarla en ningún caso y a preservar la Constitución de 1991 de la que su mismo movimiento político, el M19, había sido coautora . Pero acá la presenta como una alternativa frente al hecho de que en el Congreso no pasen las reformas que considera deben ser aprobadas. ¡Pero la democracia es eso! Que las instituciones determinen qué debe autorizarse, aprobarse o no.
Mientras se agitan deliberadamente las aguas, en medio de tormentas sin control, el país tiende a desmoronarse, aumenta el número de guerrilleros y seudo gaitanistas, como ha reconocido el ministro de Defensa, Iván Velásquez, se rompen las treguas la guerrilla más crecida, muchas decisiones de negocios y de generación de empleo se congelan, y muchos funcionarios se dedican a politiquear y no a gobernar y a ejecutar bien, como debe ser. Conclusión: quedan dos años de peripecias y el saldo del resultado de gobierno y bienestar ciudadano lo veremos… en entredicho. Apostándose a unas reformas que no van, a nuestro juicio, a la médula del Cambio.
¿Qué más que la gran reforma agraria, la atención a territorios y poblaciones olvidadas, la revolución educativa y de conectividad digital y de vías campesinas, la estabilidad macroeconómica y la microeconomía popular, las pensiones a los mayores y la sensibilización ambiental, las pruebas de democracia y la paz? Con eso -logrado y no simplemente anunciado-, sin adoración al fetichismo legal reformista, la izquierda dejaría un legado transformador a Colombia; con solo alcanzar la paz (melliza de la seguridad) mucho se habría avanzado.